27/5/16

El Relato del 27: Olas

-Es imposible que recuerdes algo así. Ni siquiera sabes de lo que hablas- sentencia mi hermano.

Mamá abraza mis hombros con cariño, y percibo que asiente con la cabeza. Mi padre, que sale en ese momento a la terraza con la sopera, murmura algo ininteligible y probablemente también asiente, envuelto por una vaporosa nube de calabaza, clavo y nata. Incluso la vieja Duna, la que por tantos caminos me ha guiado, parece confirmar con un aullido lastimero sus palabras. La brisa trae repentinamente una delicada esencia de mar.

Cuando los pies se detuvieron, aquellas dos manchas de color, redondas y con borde de suave seda, desaparecieron engullidas por mi oscuridad.

Sonrío a mi hermano mientras acaricio las manos de mi madre. Un golpe de viento, rotundo y poderoso, nos sumerge de nuevo en aromas de olas, algas y sal.

Sentado en un banco de madera, tranquilizo a mi joven labrador, inquieta ante el estruendo de aquella horrible banda. Alquilar un patio junto a la playa para la fiesta de fin de estudios ha sido una buena idea. Con suerte, Pablo y los suyos se harán pronto con el escenario y volveremos a disfrutar de la música.

Expira el ruido de las guitarras y decenas de voces se apelmazan en el aire. Un sinfín de pies se dirigen al trote hacia los tablones que, sobre unos caballetes, hacen de barra. Pasan quince minutos, y las cuerdas de Pablo acompañan a Laura, que comienza a entonar "Blue Moon". Le siguen unos cuantos clásicos, aunque pocas pisadas retumban en la pista. Las olas mecen aquel jazz prácticamente olvidado y lo adornan con su fragancia, que se adueña de la pista casi vacía.

Mi perra se alza y noto un golpe en mi hombro, casi una caricia.

-¿Quieres bailar?- pregunta una voz que reconozco como la de Alicia.

Me levanto sin decir nada. No es necesario atar a Duna, no se moverá de ahí. Una mano fría me agarra, y nos alejamos despacio. Deduzco que salimos del patio, aunque seguimos lo suficientemente cerca para escuchar los inicios de "Cheek to cheek".

-Es la última. Pablo y Laura siempre acaban con ésta-.

Alicia no dice nada. Cuando termina la canción, seguimos bailando en silencio. En este recodo de arena, entre la playa y los muros encalados del patio, el espíritu del mar excita los sentidos con mayor intensidad. Entonces aparecen dos manchas redondas, con borde de suave seda, que, por sorpresa, no son oscuras como el resto del universo. Primero, diminutas como la cabeza de un alfiler. Poco a poco, se engrandecen, hasta adquirir el tamaño de una moneda de peseta. Me río nervioso, mientras mis pies siguen el compás de los de Alicia. ¿Tienen...color? ¿Manchas de color?¿No simples destellos?

-Alicia...tus ojos...¿son de agua?

-¿Cómo?

-Tus ojos...son de agua, ¿verdad?

-Sí...son de agua- susurra varios segundos después, mientras su cabeza sigue apoyada en mi pecho.


Sin ninguna respuesta ni explicación, mantengo mi sonrisa. Escucho tu mar.


Ship on Stormy Seas Ivan Aivazovsky. 1887.