14/5/20

Tanto que aprender de Spielberg.

Casi podría recitar cada texto de Robert Shaw, Roy Schreider o Richard Dreyfuss en una de mis, como para tantos otros, películas favoritas. Todas las escenas me provocan una reacción, sin necesidad de que el animalito asome la aleta: risa, ternura, tensión, indignación, solidaridad...Tampoco voy a descubrir aquí la pólvora: ya está casi todo dicho de la película en sí misma. Así que no hay mucho más que añadir sobre la genialidad de "Jaws", traducida como "Tiburón" en España para los despistados que, dado el tiempo que se toma Steven Spielberg en hacer aparecer a la criatura (bendita espera), aún dudan sobre la naturaleza de las mandíbulas en cuestión. Sí que es interesante, por otro lado, explorar la continua influencia que este clásico sigue teniendo sobre películas o series de actualidad. Reconozco todavía imitaciones de la imitación que aquel niño ejecutaba mientras miraba a su preocupado padre, hasta que las miradas se encontraban: simetrías que, en lento movimiento, iban conformando sus dedos, como en un espejo, con tan solo algunos segundos de diferencia.

Si inquietante me sigue pareciendo la sensación al adentrarme en el mar hasta no conseguir hacer pie, más me lo parece el paralelismo que me ha venido estos días a la cabeza entre esta ficción y la realidad falsamente ficticia que estamos viviendo: casi etérea desde la mayoría de los balcones, terrible y sólida desde los hospitales. Y es que no he podido dejar de acordarme del nerviosismo del alcalde Vaughan ante la perspectiva de cerrar las playas de Amity aquel verano de 1975, no vaya a ser que los turistas...como que no; del biólogo marino Hooper indicando que aquel primer tiburón tigre capturado, pese a la alegría del personal...como que tampoco; y del pobre jefe Brody sudando la gota gorda cuando calienta el sol, aquí en la playa, hasta que la bofetada de una enlutada madre lo deja congelado, así que lo de hacer como si nada...como que menos.

Y ahí que se embarcan científico, autoridad competente (la incompetente seguía en el ayuntamiento, encerrada en su despacho) y patrón del Orca a dar caza al bichito, sin muchos medios ("necesitará otro barco más grande"), sin total conocimiento del mismo, pero con un valor que se aproxima (solo se aproxima...) al de los sanitarios que, volvamos a la realidad, están dándolo todo y más desde hace semanas. No recuerdo muy bien, tendré que verla de nuevo, si las playas se acaban cerrando antes de la partida del Orca o no. Lo que sí que recuerdo es esa masa de gente chapoteando como si nada, y la sensación de que esos tres que partieron les salvaron el culo al codicioso Vaughan y las piernas a tanto inconsciente, o desinformado, bañista.

Hay quien cuenta que, a algunos de esos que antaño se fotografiaban sonrientes con el alcalde, se les ha visto muy a lo lejos, con paso ligero, silbando una célebre melodía marinera. Ya me marcho de aquí, linda dama española, adiós que me voy, oh preciosa mujer...

Cubierta de la película "Jaws", por Roger Kastel.


28/4/20

Míster Robinson

Los lunes tenían un algo agridulce en mi adolescencia. Sin ser tan oscuros como las últimas horas del domingo,  a mediodía me esperaba con puntualidad británica un plato de lentejas que, por aquel entonces, se eternizaban en mi plato mientras mi tímida cuchara las iba mareando de poquito a poco (quién me iba a decir a mí que años más tarde se me iluminan los ojos cada vez que vuelvo a comer el susodicho plato materno). Aquello componía el lado agrio, aunque solo sea por los chorros de vinagre con los que, bautizando la legumbre, intentaba asesinar por ahogamiento su sabor.

El lado dulce venía a la hora de la cena, con menor pero más celebrada puntualidad. Tortilla de patata y salchichas de estilo frankfurt en el plato (nutricionistas caídos en 3, 2, 1...), sillón, y el único programa que se permitía el lujo de desbancar el telediario nuestro, pero sobre todo de mi padre, de cada día. "El día después" nos iluminaba los ojos, nos permitía, en cuestión de unos cuantos minutos, visualizar las mejores jugadas del largo (y tan breve) fin de semana balompédico.

A la cita acudían Nacho Lewin, el Lobo Carrasco y Michael Robinson. El inglés, que siendo jugador seleccionaba de verde y subía calzas siempre coloradas, red o rojillas, encandilaba a grandes y mayores. Nos llevaba al viejo Atocha para enseñarnos estrategia, hasta que la tecnología mató la magia y las pantallas digitales se colaron en las nuestras. Comentaba las jugadas en su idioma, que siempre comprendimos y acabó siendo el de todo futbolero que se preciaba se serlo.Uno de los momentos cumbre, más incluso que el de aquellos goles a cámara lenta de Laudrup o Djalminha, era cuando llegaba la sección de "Coros y Danzas". Sobre todo al principio. Aquel niño que riendo flotaba mágicamente sobre aficionados béticos, gradas arriba ("que suban al niño, oooó..."), gradas abajo ("qué bajen al niño, ooooó..."), y que hoy hubiera acabado casi con toda seguridad en algo penal, era arte. Y si encima lo comentaba Robinson con su acento perpetuo, arte puro.

Hoy nos ha dejado Michael Robinson, que nos dio tantos y tan buenos momentos. Desde este lado de la pantalla, parecía muy buena gente. Y, por lo que nos cuentan quienes lo conocieron, en Anfield, en el Sadar, en la 1, en el plus, en mediaset..., lo era. You'll never walk alone.

Foto aparecida en El País (edición digital), el 28 de Abril de 2020.

9/4/20

Bálsamo para una crisis (VI): pequeña historia hacia un parque.

El cansancio se refleja en los ojos de la gente. Sus aplausos simulan que rompen la hora, las ocho, y ejercen de válvula social. Funciona. La tensión decrece. Se deshinchan los párpados y se dedican sonrisas bien ruidosas al vecino. Llegan. Una niña hace resonar un trombón en el balcón de abajo. Alguna nota se rebela, como buscando fugarse de la cárcel pentagrámica. Nadie osa perseguirla, mañana volverá. Los perros, confinados en un reducido aparte del parque, se agitan. Se desafían, casi con tristeza. Andan más nerviosos de lo habitual: la ausencia de carreras también les hace mella. Palomas y cuervos, en cambio, parecen disfrutar de su reinado. Gobiernan árboles, yerbas y fuentes. Rosales y muros. Caminos sin canes. Solo algún gato extraviado se pierde entre sus propiedades. La niña del trombón le llama, pero el gato busca los restos del inexistente almuerzo escolar. Hoy no, ni ayer...pero mañana volverá.

2/4/20

Bálsamos para una crisis (V): Vieilles Vignes 2018 Domaine Sauveroy, Coteaux du Layon...miel y canela...

Que los chamanes más ancianos tiñan sus plumas color rojo sangre con el negro de la pólvora, para que ardan bien lejos, bien largo, bien enterradas. Que invoquen espíritus de lluvia de miel y canela para que alma y tierra puedan de nuevo agarrarse muñeca con muñeca, y nadie se evapore de esta antaño fértil vaguada. 

Vino dulce y, sin embargo, nada empalagoso gracias a su acidez. Presenta un color dorado, y ya al ojo se intuye su densidad.

En nariz tiene notas de fruta de hueso madura: melocotón en almíbar y también florales. En boca tiene un ataque ácido muy interesante, que equilibra a la perfección el contenido en azúcares. Recuerdos a miel y dulce de membrillo. Largo.

Muy recomendable con un buen queso de Cabrales: lucha de titanes.

Un vino exquisito que, por su precio, compite y adelanta a muchos de sus primos de Sauternes.


23/3/20

Utilidades de una crisis (IV). Predicador 2017, de la Bodega Contador... por un puñado de.

Descubro unos días antes de descorchar esta botella que lo que era Rioja Baja ya no es tal, sino que ahora es Rioja Oriental (desde 2018). Cosas del marketing, imagino, y del nunca te acostarás...

Elaborado con tres variedades de uva, predomina la Tempranillo (96%) frente a la Graciano y Mazuelo (con un 2% cada una de ellas). Durmió diecisiete meses en barricas, todas ellas francesas.

Morado oscuro, casi zaino que diría alguno, de capa muy, muy profunda. En nariz es muy intenso, complejo, dispara notas de tabaco, fruta negra madura (cassis) y sotobosque.

Con una buena acidez al entrar en boca, posee mucho cuerpo pero bien equilibrado, y muestra un tanino poderoso en proceso de pulido (podría esperar un par de años en botella antes de alcanzar su momento óptimo). Aparece un muy ligero gusto ahumado y de pimienta negra, junto los de regaliz negro (aquellas espirales de la infancia...).

Un vino muy serio que se alzó como favorito (de entre cuatro muy variados riojas) para la mitad de los amigos que nos juntamos a catarlo, pero que se tornó excesivo para la otra mitad.

Yo lo acompañaría con un buen entrecot de esos gordotes y poco hecho, he dicho. Tampoco lo descartaría yo para tomar junto a una buena mousse de chocolate negro.


22/3/20

Utilidades de una crisis (III). Vino 2: Antonin Rodet-Domaine de la Bressande 2017.

Viene este vino de Mercurey, pero aparece etiquetado como Appellation d´Origine Controlée Rully, de apenas 340 hectáreas de extensión y con mayoría de blancos. Resumiendo: puritito Borgoña.

Elaborado 100% Chardonnay, presenta un amarillo pálido a los ojos con reflejos dorados muy brillantes. 

En nariz surge la fruta, con toques de albaricoque poco maduro envuelto en ligeros aromas a pastelería (brioche) procedentes de su paso por barrica. 

De cierta mineralidad, con buena acidez, en boca los aromas terciarios se apoderan de la copa, potenciándose la sensación golosa con cierta sucrosidad al final de la boca. Aparece medio-largo, fruto de la parcial estructura que le aporta la madera. Armonioso. 


17/3/20

Utilidades de una crisis (II). Vino 1: 8A Mil Gracias 2013, arrumaco de lobo.

Este ejercicio de aislamiento va a obligar a muchos a mirar a los ojos a Cronos, a rendirle pleitesía, a pedirle clemencia. A aprender a respirar despacio una y otra vez hasta que el aullido del lobo se convierta en su cálido arrumaco.

Descorcho una botella de 8A Mil Gracias 2013, de Bodegas Ochoa, traído directamente desde Olite este verano. Mi relación con este vino ya comenzó atrevida en Olite, cuando, aunque no formaba parte de la gama titular de vinos para catar, solicité casi a hurtadillas poder probarlo. Meses antes había probado un graciano también monovarietal, así que mi curiosidad estaba a flor de paladar. Echándole algo de cara y tras presentarme, pedí a la misma Beatriz Ochoa si sería posible...Con una enorme sonrisa accedió a hacernos catar el mencionado graciano, maridándolo con una encantadora charla repleta de anécdotas sobre vendimias, regiones visitadas y algún que otro vino catado. Encantado con las sensaciones recibidas, empaqué unas cuantas botellas de su buen tinto navarro (no todo va a ser Moscatel de grano menudo...¡que también!).

8A Mil Gracias 2013 se presenta con una capa oscura, con tonos picota apenas evolucionados, se diría que por él no pasan los años. En nariz surgen aromas intensos a fruta roja madura envueltos en exóticos toques de paprika y ahumados. Es un vino complejo y especial, intuyo que muy marcado por la mano de quien lo concibió. En boca presenta una muy buena acidez y un tanino que no por suave pierde nervio. Largo, aparecen junto a las ya anteriormente descritas elegantes notas a violeta.

En mi caso, lo acompañé con comida thai ligeramente picante: sopa de raviolis chinos y pollo crujiente a la citronela. La sorpresa surge cuando danzó igual de bien con la posterior onza de chocolate (70% de cacao)
.

13/3/20

Vuvuzelas, planetas y ETB.

Marzo, doce, y sin pólvora en mi pituitaria. Once y siete de la noche, mezclo excitación convulsiva con aburrimiento mientras mi pulgar golpea con frenesí los milímetros cuadrados de plástico que cambian mi ventana al mundo. Salto del monotema en la primera cadena patria a la question unique en alguna cadena francesa. Me da la impresión de que en la segunda hay menos ruido y más corbatas, gafas de diseño y collares de perlas, pero el fondo es bastante similar. Contrasta mi compulsión pulgarcita con la caricia acompasada y automática que dedico a mi perra, que se mantiene ajena a todo en su bendito ronquido.

Sigo saltando, de Madrid a Colmar, de Oise a Vitoria, Miranda, Córcega y, entre medias, conexión con Turín para escuchar a un azzurro panadero. Desde tantos lugares se asoma por mi luminoso mirador esa bola extraterrestre que peina vuvuzelas, ese pequeño gran planeta trompetero que ha conquistado la Tierra como nunca Hollywood nos había contado: con roces de piel (ni siquiera buscados), alientos compartidos (ni siquiera deseados), manitas bajo manteles (ni siquiera faldas o pantalones), abrazos sudorosos tras el puñetazo de Joanna o el gol de Mikel (ni siquiera metafórico); con manifestaciones justas con aromas a violeta y viajes por polvo, charca o éter (ni siquiera necesarios).

De repente, en esta modorra autodestructiva, caigo por azar en Zugarramurdi vía Euskal Telebista Internacional. Recuerdos de verano, qué lejano otro planeta.Y en purito euskera me trago veinte minutos de programa, sin entender un carajo salvo alguna palabra suelta que me da el billete a la susodicha aldea: sorginkeria prozesua, Salazar inkisizioko, Logroñoko, Zugarramurdiko...lo básico. Veinte minutos, veinte. Así, a las bravas. Veinte minutazos, embelesado con los paisajes, los dibujitos graciosos y dinámicos de los que ya no puede desentenderse ningún documental que se precie. Veinte minutitos casi fugaces. Sospecho que, ante la saturación vírica, ya he comenzado a buscar calmantes en las propias ondas. La incomprensión narcótica de palabras desconocidas, siempre que sepas escuchar bien y con voluntad de desenganche.

12/3/20

Utilidades de una crisis (I).

Tal vez a lo largo de esta crisis recuperaremos lo que nos robaron: la paciencia, ese tempo de la vida, la parsimonia, el sosiego en el buen sentido...pararnos a escuchar los latidos del reloj sin el ruido de cadenas, motores y engranajes, sin gritos ni órdenes. Nos asomaremos a la ventana y podremos descubrir el árbol que siempre estuvo ahí, enmudecido, acobardado; reflexiones ya oxidadas dejarán caer su sari y desnudas, casi lascivas, nos susurrarán vida al oído, mientras contemplamos el verde, la hoja, el aire. Miraremos la blanca pared y eso veremos, blanca pared, ni gris ni turbia ni embarrotada. Sonarán las once, las diez, las nueve, y nada pasará. Aprenderemos a venerar ese nada pasar, que es casi todo y al que tanto tememos.

4/2/20

Vinos de Bobal: donde van, triunfan.

   Cada cierto tiempo me doy el gusto de impartir catas de vinos españoles en Montpellier. Esto viene a coincidir, con mayor o menor regularidad, con algún momento después del verano, pero también tras la Navidad y las Fallas (uno es valenciano y, en esta época de glocalidad, los orígenes siguen influyendo en lo cotidiano). El ritual, que viene repitiéndose desde hace un lustro, tiene por objetivo dar a conocer entre los interesados (franceses, españoles, italianos, cubanos y quien guste) la variedad y calidad que atesoran nuestros vinos. Es un acto informal y agradable, sin pretensiones ni grandilocuencia, en el ámbito de las actividades que la asociación "Hispanothèque" organiza para promover la cultura española en tierras galas. Todo es sencillo y natural gracias a la ayuda de Caro, Arancha, Etienne, Alain y Blanca, que forman un equipo bien engrasado y me facilitan sobremanera la labor, encargándose de la logística informática, contable y culinaria. Las fechas no son aleatorias, y responden a la necesidad de hacer coincidir los retornos vacacionales para visitar familia y amigos con el transporte de los vinos de un lado a otro de la frontera.

   Suelo decidir la temática de estas catas en el último instante, y esta vez, -sí, por fin-, decidí dedicarla en exclusiva a una de nuestras uvas embajadoras: la Bobal. Huelga decir que, sin duda, la elección fue condicionada por el extraordinario salón "Placer Bobal" al que tuve la suerte de asistir el pasado mes de junio. Elegí, entre tantos y tan buenos, cuatro vinos elaborados al cien por cien con nuestra amada uva. Cuatro monovarietales, cuatro, con la esperanza de poder reconocer en ellos las virtudes de los vinos elaborados con la uva Bobal, pese a proceder de diferentes añadas, bodegas y tipos de vinificación. Los tres primeros procedían de la D.O.P. Utiel-Requena, mientras que el cuarto pertenecía a la D.O.P. Valencia. Sin embargo, el viñedo de este último queda situado en Casas del Rey, a escasos kilómetros de la Venta del Moro, por lo que parece imposible negar un mismo terroir.

   Iniciamos (y recalco el plural, ya que se trata de un acto compartido) el evento con La Novicia 2017, de Bodegas Jiménez Vila Hnos. Sobre la elección de esta botella no tuve ninguna duda, encandilado como quedé en el antes mencionado salón. Con una presentación impecable, sobria pero a la par llamativa, expresa una intensidad aromática que sorprendió a muchos de los presentes. De capa muy profunda y ribete violáceo, sus aromas de fruta negra (cassis) armonizan con los tostados. En boca presenta un bonito equilibrio en el trinomio tanino-acidez-amargor. El tanino se muestra vivo y descarado, y los tres meses pasados en barrica parecen apenas haberle afectado. La acidez le da nervio, y el muy ligero amargor le dota de cierta complejidad, aun reconociendo que no siempre este atributo es del agrado de todos. Sin ser largo en boca, estos tres componentes no solo lo sostienen sino que lo realzan.

   A continuación le tocó el turno a una botella de Sericis Bobal 2015, de Bodegas Murviedro. Homenajea en nombre y etiqueta a la antigua Casa de la Seda de Requena. Tan solo mencionar que ambas botellas se esfumaron, y no solo metafórica sino físicamente, pues ya vacías partieron al encuentro de una segunda vida engalanada de flores. Se exhibe rojo rubí, con un ribete teja y capa media. Tras haber pasado ocho meses en barrica francesa, ofrece notas de fruta roja (grosella) y una segunda nariz más compleja en la que aparece perfume de tabaco de pipa. De tanino suave, su paso en boca es sedoso (ya antes les hablé de la importancia de la toponimia…), y asimismo brioso gracias a esaa acidez que casi siempre nos regala la variedad. A los aromas mencionados se le une algún toque de caramelo toffee, lo que le confiere cierta complejidad.

   Paraje Tornel 2016, de la bodega Domino de la Vega, se viste con una etiqueta fina y delicada. Ha pasado por una crianza de doce meses en barricas nueva francesa, y antes de conocer copa alguna esperó al menos otro año en la botella. Tonalidades todavía violáceas y con una capa media-alta. En nariz muestra alguna ligera nota floral (violeta), entremezclada con toques mucho más intensos de fruta (mora), hinojo y torrefactos. En boca tiene un buen ataque debido a su acidez, y unos recuerdos de sotobosque envuelven todo lo anterior. El tanino está bien pulido y potencia la redondez de este vino. Estoy convencido de que se beneficiaría descorchándolo varias horas antes, y todavía más haciendo uso del decantador.

   Finalizamos la velada con un peso pesado: Lonecesario Terrazas de la Cierva 2016, de Viticultores Lonecesario. Pasó durante su elaboración no solo por barrica de roble sino que a continuación fue afinado en huevos de hormigón. En mesa luce serio y distinguido, de etiqueta negra con trazos dorados. Vino de capa media-alta y color rubí, es intenso en nariz, donde la complejidad domina la copa: fruta negra (arándano), café, con toques licorosos y minerales; con el tiempo los aromas se transforman, casi se diría que mutan, evolucionan. Muy carnoso en boca, de tanino goloso y envolvente, equilibrado en su justa acidez, se incorporan recuerdos de trufa negra. De paso largo, se instala en las papilas sin ninguna intención de marcharse. Un vino con mucha personalidad y de los que no se olvidan.

   Una de las sensaciones más agradables que me he llevado de este encuentro es saber que no ha habido una botella favorita por unanimidad; la preferencia ha estado bien repartida y, tras muchas dudas en positivo, cada uno de los vinos ha sido el predilecto de un buen número de los amigos asistentes. Esto refleja que, más allá de precio y tipo de elaboración, los vinos de Bobal, allí donde van, triunfan.