27/3/16

El Relato del 27: El prisionero

-¡Fuego!

La voz del coronel acostumbraba a retumbar cuando alguna orden huía de su garganta. Esta vez quedó amortiguada en el mismo instante en el que, al unísono, tronaron cuatro fusiles. El estruendo de las armas sí resonó en nuestros oídos, ahogando el sonido del cuerpo que, a plomo, cayó sobre la hierba mojada.

Durante más de tres meses, yo había estado vigilándolo. Pero no sólo fui su carcelero: limpiaba sus heridas, vendándolas mañana y noche, cocinaba para él y, durante sus paseos matinales, me encargaba de adecentar el barracón que era su celda. Era yo quien retiraba cada ocho o nueve días los libros leídos, y quien seleccionaba los que podía leer. Mientras tanto, él se mostraba sereno y educado en todo momento. Tan sólo en una ocasión le vi perder la compostura: la tercera semana, cuando confundí su libro de notas con el viejo Robinson Crusoe del coronel. Ante mi asombro, un certero y violento golpe en la muñeca me hizo soltarlo. Su rostro estaba encendido como las brasas. El mío no tardó en sonrojarse.

"[...sin saberlo. Esta mañana me sorprendió con Waverley y El Libro de Apuntes de Geoffrey Crayon, y escapó de la estancia escoltado por Gulliver y Robinson. Tuve que mostrarme severo con él, debido a una incómoda distracción que hubiera supuesto la pérdida de mi más preciado tesoro (en caso de salir vivo de aquí, mis anotaciones nos ayudarán en la zona montañosa). Sólo cambió el color de su tez, persistiendo el desánimo perpetuo en su mirada. Mañana me disculparé por mi arrebato. ¿Qué clase de ejército de niños nos han puesto enfrente? Algunas noches lo he escuchado llorar tras el grueso portón. No creo que tarden en enviarlo a casa o a la muerte. En cuanto a sus superiores, la mayoría sigue tratándome con respeto, y dispongo ciertos privilegios materiales y de actuación, de acuerdo al rango que saben que ostento. He podido...]".

Con el cuello ensangrentado y vendajes amarillentos y rosáceos por todo el cuerpo. Así apareció por primera vez en el campamento. La manta que cubría su torso estaba llena de agujeros, barro y hierbajos de los que se adhieren a la ropa e irritan la piel. No sé cuántos bichos morirían cuando quemamos aquellos harapos, aunque imagino que no fueron pocos. Nuestro coronel lo recibió con aires marciales y el uniforme de gala. Fue entonces cuando deduje que se trataba de alguien importante, a pesar de su lamentable aspecto. Con evidentes gestos de dolor, el recién llegado se cuadró, devolviendo el saludo militar. No volví a cruzármelo hasta la mañana siguiente. Vestía uno de nuestros uniformes, aunque desprovisto de nuestra bandera y sin ningún tipo de galones. Un gesto más que delataba su posición en el ejército enemigo. Mostraba una horrible herida abierta en el mentón y cojeaba notablemente, pero su aspecto ya no hacía pensar en un próximo entierro. La sensación de cansancio se entremezclaba con una sobria elegancia que se adivinaba innata.

"[...reír. A lo largo de estas semanas lo he ido conociendo. Es mucho mayor de lo que aparenta, lo cual ha tranquilizado mi conciencia (aunque jocosamente sigo refiriéndome a él como niño carcelero). Algunos días jugamos al ajedrez, y en mi tablero imaginario queda reflejada una personalidad algo anárquica, que le obliga a alternar jugadas casi suicidas con defensas extremas de sus piezas más valiosas. Pese a que pueda sonar extraño, creo que me he convertido en su cordón umbilical con la vida; la auténtica, la que está ahí fuera. Me ha preguntado por nuestras ciudades, nuestros libros, nuestro gobierno. Tras...]".

Pasaba la mayor parte de su tiempo tumbado en la cama, sonriente y con los ojos abiertos. No parecía ni tan siquiera sentirse preso. Miraba el techo de madera, aunque es evidente que no es lo que veía. Allí dibujaba sus estrategias, sus deseos, sus sueños...quizás también a su familia. ¿Estaba casado, tenía hijos? Nada habló de su vida familiar. Su imaginación también trazaba cuadros blancos y negros sobre las bastas vigas, donde rabiosos peones saqueaban altas torres y el rey devoraba caballos sin cesar.

"[...desde dentro. Las conversaciones con el niño carcelero se están convirtiendo en parte de mi rutina. Cada día, tras el almuerzo, dedicamos algo más de una hora a divagar sobre la vida. Al principio era esquivo a cualquier charla pero, poco a poco, he conseguido que vaya abriéndose a mi voz. Realmente, las diferencias en nuestro modo de pensar responden más a razones de edad que de bando. Creo que la presencia de una barrera física en forma de pared le permite bajar la guardia y hablar con mayor sinceridad. No hay miedo en sus reflexiones, sólo tristeza y añoranza. No sé cuánto tardará en rechazar su uniforme, si la guadaña no se lo impide. Asimismo,...]".

El interior de la celda transmitía una extraña sensación de tranquilidad. En el polvoriento piso, junto a la entrada, reposaban los libros que semanas antes le había llevado. A estos tres volúmenes se les sumaba otro ejemplar, que permanecía con humilde dignidad sobre ellos. El aire olía a tierra húmeda, a humo, a sudor. Ante mis ojos, el techo volvía a ser lo que siempre había sido, y entre sus huecos, densas telarañas esperaban la perdición de algún insecto despistado. La cama era demasiado dura, y pude notar cómo las briznas secas, apelmazadas bajo la tela que hacía de sábana, punzaban toda mi piel. Entonces, quise dibujar una reina. Cuando escuché el primer aviso de corneta, logré ver cómo una hermosa mariposa se enredaba entre los grises hilos. Raudo, me puse las botas y corrí hacia el exterior.

-¡Carguen!- bramó el coronel luciendo de nuevo su uniforme de gala.

Aquel día, los preparativos en el campamento se sucedían con un ritmo incansable, y hacía un rato que la corneta había sonado por tercera y última vez. La lluvia caía sin ninguna consideración y de su uniforme escurría un agua sucia. La bolsa de arpillera, jaspeada de manchas oscuras, cubría su cabeza, mientras una gruesa soga le tensaba los brazos hacia atrás, clavándose en sus muñecas.

"[... supe que dentro de cinco días seré ejecutado. Me han convertido en una cifra para futuros tratados de Historia, para placas de bronce en cada centenario, para monolitos de granito. ¿Ha tenido sentido todo esto? No lo sé. Probablemente, ni siquiera el tiempo, cuando ni ganadores ni perdedores dicten ya las leyes, será capaz de responder.]".

-¡Apunten!

Me encontré como el hombre que, ateo por convicción, es obligado a ejercer de testigo en sagrada ceremonia. El sacrificio del enemigo, su muerte por tu vida. Un ritual transmitido de padres a hijos, y que resultaba totalmente ajeno a mi persona. Ni orgullo ni rabia. Tampoco sentí pena por él. No la merecía, tenía el aspecto de haber elegido su vida. La fría lluvia se apropió del humo y, con delicadeza, lavó la sangre de la hierba.


The Prisoner. Vladimir Makovsky. 1882.

5/3/16

Supernova

Explotan estrellas allá arriba y no se enciende el firmamento ni se engendran auroras boreales, sino sólo fecunda sombra. Explotan estrellas, como palomitas de maíz en la batalla, inexistentes: una, tres en dos segundos, cuatro y cinco. Sístole. Elementales las partículas laten, giran y huyen de la asfixia de esas cuerdas que les persiguen. Piruetean y juegan, se desnudan y se arrullan intercambiando quemazón. Diástole. Llegan las primeras luces carmesíes, y es entonces cuando somos incapaces de comprender si amanecemos o nos atardecemos. Sístole. Supernova roja, Betelgeuse nos regala las cenizas, las que festejamos aunque nos muerdan o nos ardan. Y es entonces cuando somos capaces de creer sólo en cosquillas y confeti. Diástole. Sentados en sillas de paja y madera, puro comburente, custodiamos aburridos el mecanismo de las agujas que, vemos, inyectan un hediondo barro rojo en espesos remolinos. Sístole. Un gran Maelström engulle al conejo de nieve con levita colorada. Diástole. Se despierta el reloj de faltriquera. Sístole. Trata el cocodrilo de tragarlo, diástole. Lo traga. Sístole. Trata de masticarlo, diástole. Colmillo roto, diástole, se atraganta, sístole. Se ahoga, diástole, diástole, sístole, se ahoga el cocodrilo, diástole. Sístole. Sístole, llanto, diástole y más llanto, sístole. Llanto y diástole. Silencio, se extinguieron las explosiones. Silencio. Lo escupe, sístole, envuelto en algas pardas, diástole, sístole, viscosas, palpitantes, apócrifas, diástole, regurgitadas. Recomienza el pausado latir mientras agoniza el reptil con estática sonrisa. Sístole. No hay dientes ni lengua ni escamas. Diástole. Renace y se multiplica la estrella, conquista el espacio y se propaga. Vuelve la lluvia, silenciosa, y ya no hay cuerdas, únicamente partículas alineadas en perfecta espiral. Sístole. Vino tinto y cálida sal, ya no abrasan las ondas gravitacionales; aprenden a mecer las cunas en madera de almendro y las mojan de flores blancas y rosadas. Diástole. 

Anatomía del corazón. Enrique Simonet (1890). 

Saturday Night Wine: Ramón Bilbao Crianza 2012

Con nombre de viajero, de actor de reparto o de vecino con barba y libros siempre bajo el brazo, Ramón Bilbao es uno de esos vinos de siempre. Fundada en el bisiesto 1924, cuando el Real Unión de Irún ganaba el campeonato de Liga de fútbol y Neruda pasaba de cantar con desesperación a recitar poemas sin despeinarse (lo cual parece más que obvio). Se dibuja en su etiqueta un hipsteriano e inflado globo terráqueo que, a pedales, permanece estático en su imaginario deambular.

Llega desde La Rioja ejerciendo de inconfundible riojano. Se extinguirá el riesgo cuando lo pongamos en nuestra mesa, tratándose de un valor seguro y sin sorpresas: ni de las unas ni de las otras.

En copa se muestra rubí, brillante y de capa media. El carácter de Tempranillo aparece difuminado en nariz, donde aparecen aromas eléctricos a frutos rojos (fresa, grosella roja) y a especia (pimienta negra). Se asoma en cambio la regaliz entre los labios para indicarnos el buen camino varietal, combinada con recuerdos a coco (14 meses cautivo en madera marcan carácter) y muy ligero torrefacto. De caudalía media y tanino afilado, su frescura aparece como una de sus bazas ganadoras.

Prueben a emparejarlo con un buen plato de spaghetti con salmón, chorrito de aceite y sal gorda imprescindible. Tampoco se arrepentirán si lo citan con unas empanadas de carne a la gaucha, de esas bien especiadas: quizás lleguen a conversar con el del sombrero de copa, ese que pedalea por los cielos.