El director Tran Anh Hung elabora con ternura una gran reconciliación con el auténtico sentido de los alimentos, desplegando respeto y amor hacia la materia prima, mayormente orgánica, que son. Y lo hace sobrevolando el pasado de aquellos como naturaleza y condición de seres vivos que nos conviven; visitando con mimo su presente entre agua, hielo, cobre y fuego; exponiendo el futuro de los mismos en complejas composiciones coloristas de total equilibrio geométrico.
La metafórica luz otoñal que atraviesa el huerto, la porqueriza, las vacas y los prados, los fogones de negro hierro y las flores, se filtra entre livianas cortinas, iluminando una historia de cariño, admiración y -luego- amor, dibujada con trazos lentos y pausados, similar a la buena cocina. Algunas pocas pero intensas pinceladas de azules y grises testimonian y asumen, con entereza, naturalidad y tristeza lógicas, los momentos grises y azules que también la vida nos deja.