28/4/20

Míster Robinson

Los lunes tenían un algo agridulce en mi adolescencia. Sin ser tan oscuros como las últimas horas del domingo,  a mediodía me esperaba con puntualidad británica un plato de lentejas que, por aquel entonces, se eternizaban en mi plato mientras mi tímida cuchara las iba mareando de poquito a poco (quién me iba a decir a mí que años más tarde se me iluminan los ojos cada vez que vuelvo a comer el susodicho plato materno). Aquello componía el lado agrio, aunque solo sea por los chorros de vinagre con los que, bautizando la legumbre, intentaba asesinar por ahogamiento su sabor.

El lado dulce venía a la hora de la cena, con menor pero más celebrada puntualidad. Tortilla de patata y salchichas de estilo frankfurt en el plato (nutricionistas caídos en 3, 2, 1...), sillón, y el único programa que se permitía el lujo de desbancar el telediario nuestro, pero sobre todo de mi padre, de cada día. "El día después" nos iluminaba los ojos, nos permitía, en cuestión de unos cuantos minutos, visualizar las mejores jugadas del largo (y tan breve) fin de semana balompédico.

A la cita acudían Nacho Lewin, el Lobo Carrasco y Michael Robinson. El inglés, que siendo jugador seleccionaba de verde y subía calzas siempre coloradas, red o rojillas, encandilaba a grandes y mayores. Nos llevaba al viejo Atocha para enseñarnos estrategia, hasta que la tecnología mató la magia y las pantallas digitales se colaron en las nuestras. Comentaba las jugadas en su idioma, que siempre comprendimos y acabó siendo el de todo futbolero que se preciaba se serlo.Uno de los momentos cumbre, más incluso que el de aquellos goles a cámara lenta de Laudrup o Djalminha, era cuando llegaba la sección de "Coros y Danzas". Sobre todo al principio. Aquel niño que riendo flotaba mágicamente sobre aficionados béticos, gradas arriba ("que suban al niño, oooó..."), gradas abajo ("qué bajen al niño, ooooó..."), y que hoy hubiera acabado casi con toda seguridad en algo penal, era arte. Y si encima lo comentaba Robinson con su acento perpetuo, arte puro.

Hoy nos ha dejado Michael Robinson, que nos dio tantos y tan buenos momentos. Desde este lado de la pantalla, parecía muy buena gente. Y, por lo que nos cuentan quienes lo conocieron, en Anfield, en el Sadar, en la 1, en el plus, en mediaset..., lo era. You'll never walk alone.

Foto aparecida en El País (edición digital), el 28 de Abril de 2020.

9/4/20

Bálsamo para una crisis (VI): pequeña historia hacia un parque.

El cansancio se refleja en los ojos de la gente. Sus aplausos simulan que rompen la hora, las ocho, y ejercen de válvula social. Funciona. La tensión decrece. Se deshinchan los párpados y se dedican sonrisas bien ruidosas al vecino. Llegan. Una niña hace resonar un trombón en el balcón de abajo. Alguna nota se rebela, como buscando fugarse de la cárcel pentagrámica. Nadie osa perseguirla, mañana volverá. Los perros, confinados en un reducido aparte del parque, se agitan. Se desafían, casi con tristeza. Andan más nerviosos de lo habitual: la ausencia de carreras también les hace mella. Palomas y cuervos, en cambio, parecen disfrutar de su reinado. Gobiernan árboles, yerbas y fuentes. Rosales y muros. Caminos sin canes. Solo algún gato extraviado se pierde entre sus propiedades. La niña del trombón le llama, pero el gato busca los restos del inexistente almuerzo escolar. Hoy no, ni ayer...pero mañana volverá.

2/4/20

Bálsamos para una crisis (V): Vieilles Vignes 2018 Domaine Sauveroy, Coteaux du Layon...miel y canela...

Que los chamanes más ancianos tiñan sus plumas color rojo sangre con el negro de la pólvora, para que ardan bien lejos, bien largo, bien enterradas. Que invoquen espíritus de lluvia de miel y canela para que alma y tierra puedan de nuevo agarrarse muñeca con muñeca, y nadie se evapore de esta antaño fértil vaguada. 

Vino dulce y, sin embargo, nada empalagoso gracias a su acidez. Presenta un color dorado, y ya al ojo se intuye su densidad.

En nariz tiene notas de fruta de hueso madura: melocotón en almíbar y también florales. En boca tiene un ataque ácido muy interesante, que equilibra a la perfección el contenido en azúcares. Recuerdos a miel y dulce de membrillo. Largo.

Muy recomendable con un buen queso de Cabrales: lucha de titanes.

Un vino exquisito que, por su precio, compite y adelanta a muchos de sus primos de Sauternes.