4/2/20

Vinos de Bobal: donde van, triunfan.

   Cada cierto tiempo me doy el gusto de impartir catas de vinos españoles en Montpellier. Esto viene a coincidir, con mayor o menor regularidad, con algún momento después del verano, pero también tras la Navidad y las Fallas (uno es valenciano y, en esta época de glocalidad, los orígenes siguen influyendo en lo cotidiano). El ritual, que viene repitiéndose desde hace un lustro, tiene por objetivo dar a conocer entre los interesados (franceses, españoles, italianos, cubanos y quien guste) la variedad y calidad que atesoran nuestros vinos. Es un acto informal y agradable, sin pretensiones ni grandilocuencia, en el ámbito de las actividades que la asociación "Hispanothèque" organiza para promover la cultura española en tierras galas. Todo es sencillo y natural gracias a la ayuda de Caro, Arancha, Etienne, Alain y Blanca, que forman un equipo bien engrasado y me facilitan sobremanera la labor, encargándose de la logística informática, contable y culinaria. Las fechas no son aleatorias, y responden a la necesidad de hacer coincidir los retornos vacacionales para visitar familia y amigos con el transporte de los vinos de un lado a otro de la frontera.

   Suelo decidir la temática de estas catas en el último instante, y esta vez, -sí, por fin-, decidí dedicarla en exclusiva a una de nuestras uvas embajadoras: la Bobal. Huelga decir que, sin duda, la elección fue condicionada por el extraordinario salón "Placer Bobal" al que tuve la suerte de asistir el pasado mes de junio. Elegí, entre tantos y tan buenos, cuatro vinos elaborados al cien por cien con nuestra amada uva. Cuatro monovarietales, cuatro, con la esperanza de poder reconocer en ellos las virtudes de los vinos elaborados con la uva Bobal, pese a proceder de diferentes añadas, bodegas y tipos de vinificación. Los tres primeros procedían de la D.O.P. Utiel-Requena, mientras que el cuarto pertenecía a la D.O.P. Valencia. Sin embargo, el viñedo de este último queda situado en Casas del Rey, a escasos kilómetros de la Venta del Moro, por lo que parece imposible negar un mismo terroir.

   Iniciamos (y recalco el plural, ya que se trata de un acto compartido) el evento con La Novicia 2017, de Bodegas Jiménez Vila Hnos. Sobre la elección de esta botella no tuve ninguna duda, encandilado como quedé en el antes mencionado salón. Con una presentación impecable, sobria pero a la par llamativa, expresa una intensidad aromática que sorprendió a muchos de los presentes. De capa muy profunda y ribete violáceo, sus aromas de fruta negra (cassis) armonizan con los tostados. En boca presenta un bonito equilibrio en el trinomio tanino-acidez-amargor. El tanino se muestra vivo y descarado, y los tres meses pasados en barrica parecen apenas haberle afectado. La acidez le da nervio, y el muy ligero amargor le dota de cierta complejidad, aun reconociendo que no siempre este atributo es del agrado de todos. Sin ser largo en boca, estos tres componentes no solo lo sostienen sino que lo realzan.

   A continuación le tocó el turno a una botella de Sericis Bobal 2015, de Bodegas Murviedro. Homenajea en nombre y etiqueta a la antigua Casa de la Seda de Requena. Tan solo mencionar que ambas botellas se esfumaron, y no solo metafórica sino físicamente, pues ya vacías partieron al encuentro de una segunda vida engalanada de flores. Se exhibe rojo rubí, con un ribete teja y capa media. Tras haber pasado ocho meses en barrica francesa, ofrece notas de fruta roja (grosella) y una segunda nariz más compleja en la que aparece perfume de tabaco de pipa. De tanino suave, su paso en boca es sedoso (ya antes les hablé de la importancia de la toponimia…), y asimismo brioso gracias a esaa acidez que casi siempre nos regala la variedad. A los aromas mencionados se le une algún toque de caramelo toffee, lo que le confiere cierta complejidad.

   Paraje Tornel 2016, de la bodega Domino de la Vega, se viste con una etiqueta fina y delicada. Ha pasado por una crianza de doce meses en barricas nueva francesa, y antes de conocer copa alguna esperó al menos otro año en la botella. Tonalidades todavía violáceas y con una capa media-alta. En nariz muestra alguna ligera nota floral (violeta), entremezclada con toques mucho más intensos de fruta (mora), hinojo y torrefactos. En boca tiene un buen ataque debido a su acidez, y unos recuerdos de sotobosque envuelven todo lo anterior. El tanino está bien pulido y potencia la redondez de este vino. Estoy convencido de que se beneficiaría descorchándolo varias horas antes, y todavía más haciendo uso del decantador.

   Finalizamos la velada con un peso pesado: Lonecesario Terrazas de la Cierva 2016, de Viticultores Lonecesario. Pasó durante su elaboración no solo por barrica de roble sino que a continuación fue afinado en huevos de hormigón. En mesa luce serio y distinguido, de etiqueta negra con trazos dorados. Vino de capa media-alta y color rubí, es intenso en nariz, donde la complejidad domina la copa: fruta negra (arándano), café, con toques licorosos y minerales; con el tiempo los aromas se transforman, casi se diría que mutan, evolucionan. Muy carnoso en boca, de tanino goloso y envolvente, equilibrado en su justa acidez, se incorporan recuerdos de trufa negra. De paso largo, se instala en las papilas sin ninguna intención de marcharse. Un vino con mucha personalidad y de los que no se olvidan.

   Una de las sensaciones más agradables que me he llevado de este encuentro es saber que no ha habido una botella favorita por unanimidad; la preferencia ha estado bien repartida y, tras muchas dudas en positivo, cada uno de los vinos ha sido el predilecto de un buen número de los amigos asistentes. Esto refleja que, más allá de precio y tipo de elaboración, los vinos de Bobal, allí donde van, triunfan.