7/12/16

NOW...Not Only Wine!!! Brewdog Kingpin

Un paseo por Ben Nevis. Dorada y con un punto final de amargor más que interesante. Burbuja fresca, fácil. Heno cortado. Alegre, sofisticada (sí, pese lo resobado del adjetivo casi ochentero), con su puntito gafapasta...pero sin exagerar, oiga.

27/8/16

El Relato del 27: Tiempo de dudas

Sé que me observáis. Que analizáis cada uno de mis movimientos. Sé que grabáis mis palabras, que estudiáis los tonos y también las pausas que las encadenan. Que incluso, de alguna manera que desconozco, os adentráis en mis pensamientos. Aquí dentro, un zumbido me impide pensar con nitidez. Lo percibo más con el cerebro que con los oídos. Quizás por ello no consigue disimular algunas de las voces que esporádicamente se escuchan. Me aletarga, a pesar de ser intenso e irregular. Por el contrario, la luz es continua. Luz...continua. Luz, continua...blanca. Luz, continua, blanca...cegadora. Me gustaba jugar a aquello con mi hermano pequeño, aunque el pobre se rendía normalmente antes del noveno adjetivo. Sé que jamás volveré a verlo. ¿Estará en estos momentos en la panadería? Ignoro si seguirán existiendo aquel cuándo y aquel dónde. Quedan tan lejanos...De cómo he llegado hasta este lugar, no tengo ninguna duda. Encerrar a un tipo confundido y errante como yo no parece difícil. Me veis como un loco. Me confundís con un loco. Y la locura puede ser contagiosa, sobre todo, en tiempos difíciles.

Cuántos de aquellos locos no lo habían sido en realidad, nadie lo sabría. No me refiero a los que salían en los sucesos del periódico, ni a los que tantas veces abrieron el telediario. Hablo de locos cotidianos e inocentes, sin crímenes que moldear entre sus manos. De locos oficiales y no sólo oficiosos. Del anciano que relataba con fervor cómo había vencido en Trafalgar a unos estirados ingleses. De la mujer con las manos empapadas que cada lunes, puntualmente, daba las gracias por haber escapado de la malvada sota de bastos. Ahora me he convertido en uno de ellos. En el hombre que cuenta que vino del pasado, el que se durmió una noche cualquiera para despertar muchos años después. ¿Cincuenta? ¿Sesenta? Los pocos días que vagué ahí afuera apenas me dieron información al respecto. Podrían haber transcurrido treinta, cien, o trescientos. Una tranquilidad infantil me embargó cuando comprobé que seguía en San Sebastián: la silueta de aquel mordisco de mar, custodiado por Santa Clara, era inconfundible. El aire era más ácido, y podía sentir cómo, muy lentamente, resecaba mis ojos y curtía mi garganta. La luz diurna era anaranjada, como estancada en un eterno atardecer. De alguna manera, poseía cierta belleza. De noche, todo era oscuridad absoluta: ni faros, ni luna, ni estrellas.

En aquellos tres días, apenas me crucé con una veintena de personas, lo que me hizo intuir pasos interiores entre edificios colindantes, así como túneles subterráneos entre los distintos bloques. Cómo habían conseguido que no se les inundaran, era un misterio para mí. En los muros no había puertas, y jamás llegué a adivinar cómo penetrar en los inmuebles. Detrás de los grandes ventanales, la mayoría enmarcados en verde, blanco o azul, se veían miradas tristes, todas ellas en rostros uniformemente juveniles. Me observaban con curiosidad, tanto las almas enclaustradas como las pocas que deambulaban por el exterior. No conseguí extraerles ninguna respuesta, ningún movimiento que confirmara o negara mis hipótesis convertidas en preguntas. Mi fallida curiosidad se entremezclaba con la suya, sordomuda y con porte de vigía. Vestían con jirones de antiguas prendas, que, remendados, formaban algo parecido a túnicas: una amalgama de pana, cuero, lana, nylon y seda. Ni rastro de la moda que la ciencia ficción y las pasarelas habían creído anticipar.

Durante aquellas interminables jornadas no comí nada, vagabundeando en busca de referencias con las que tranquilizar mi mente. Encontré calles y avenidas allí donde las recordaba, invadidas por malas hierbas que brotaban de entre el agrietado asfalto. En cambio, las estatuas que adornaban cada parque, cruce o rotonda habían escapado de aquel paisaje inanimado. En cuanto a los edificios, pude reconocerlos en su mayoría, a pesar de la generalizada decrepitud que se había adueñado de la ciudad. Sin embargo, habían desaparecido todos los oficiales, orgullo de la vieja Donostia, así como catedrales e iglesias. Allí donde antaño se habían alzado, tan sólo pude ver solares cubiertos de arena, delimitados por verjas oxidadas. Cuando llegué al barrio de Zubieta, sobre un enorme borrón de cemento y cal, el metálico 17 seguía marcando lo que había sido mi hogar. Noté una punzada en el corazón, acompañada de un golpe seco.


Deduzco que soy un delirio peligroso para vosotros. Cerrar los ojos una noche de 1994 y abrirlos una mañana de algún siglo posterior, escapa a vuestra razón. O, quizás, simplemente no encaja en vuestro sistema. La posibilidad de un paseo a través del tiempo, aun de manera involuntaria, tiene que haber incomodado a alguien. Comienzo a pensar como aquellos dementes: teorías de extrañas conspiraciones y manías persecutorias. Tal vez, el viejo mercenario o la lunática de la baraja no estaban tan locos. Me asusta pensar que, tal vez, nunca existieron.

Nineteen Eighty-Four by George Orwell, design by gray318

27/6/16

El Relato del 27: Blanca noche jerezana

Acostado, me gusta mirarla en noches como esta. La pálida tierra me abraza, y sonrío pensando en los incontables fragmentos que quedarán, minúsculos, adheridos a mis ropas. La claridad tizna de plata las hojas que, mecidas por una brisa salina, me devuelven el eco de lejanas palabras:

– Tu colegio, la casa, el viñedo... Todo esto era mar hasta que, hace muchos años, cayó un trocito de luna y entonces adivinó que, aquí sí, podría dar vida –dijo el abuelo al nieto. Con su grave voz, el anciano acostumbraba a narrar fantasías mientras, pacientemente, pelaba manzanas, abría un melón o troceaba una sandía. Después, mojaba el último pedazo en su copa y, con un guiño lleno de complicidad, lo deslizaba entre mis dedos. En mi boca, una intensa y adulta punzada de hierba y frutos secos se entremezclaba con la dulce textura de la fruta.

Ahora es mi padre quien, con disimulo, hace llegar a Sara el postre humedecido en vino de Jerez. Yo finjo no enterarme, tratando de imitar aquellos rostros sin arrugas que seguían hablando de sol, racimos y mosto.



Miro al cielo y pienso que pocas cosas han cambiado en este trocito de luna.


27/5/16

El Relato del 27: Olas

-Es imposible que recuerdes algo así. Ni siquiera sabes de lo que hablas- sentencia mi hermano.

Mamá abraza mis hombros con cariño, y percibo que asiente con la cabeza. Mi padre, que sale en ese momento a la terraza con la sopera, murmura algo ininteligible y probablemente también asiente, envuelto por una vaporosa nube de calabaza, clavo y nata. Incluso la vieja Duna, la que por tantos caminos me ha guiado, parece confirmar con un aullido lastimero sus palabras. La brisa trae repentinamente una delicada esencia de mar.

Cuando los pies se detuvieron, aquellas dos manchas de color, redondas y con borde de suave seda, desaparecieron engullidas por mi oscuridad.

Sonrío a mi hermano mientras acaricio las manos de mi madre. Un golpe de viento, rotundo y poderoso, nos sumerge de nuevo en aromas de olas, algas y sal.

Sentado en un banco de madera, tranquilizo a mi joven labrador, inquieta ante el estruendo de aquella horrible banda. Alquilar un patio junto a la playa para la fiesta de fin de estudios ha sido una buena idea. Con suerte, Pablo y los suyos se harán pronto con el escenario y volveremos a disfrutar de la música.

Expira el ruido de las guitarras y decenas de voces se apelmazan en el aire. Un sinfín de pies se dirigen al trote hacia los tablones que, sobre unos caballetes, hacen de barra. Pasan quince minutos, y las cuerdas de Pablo acompañan a Laura, que comienza a entonar "Blue Moon". Le siguen unos cuantos clásicos, aunque pocas pisadas retumban en la pista. Las olas mecen aquel jazz prácticamente olvidado y lo adornan con su fragancia, que se adueña de la pista casi vacía.

Mi perra se alza y noto un golpe en mi hombro, casi una caricia.

-¿Quieres bailar?- pregunta una voz que reconozco como la de Alicia.

Me levanto sin decir nada. No es necesario atar a Duna, no se moverá de ahí. Una mano fría me agarra, y nos alejamos despacio. Deduzco que salimos del patio, aunque seguimos lo suficientemente cerca para escuchar los inicios de "Cheek to cheek".

-Es la última. Pablo y Laura siempre acaban con ésta-.

Alicia no dice nada. Cuando termina la canción, seguimos bailando en silencio. En este recodo de arena, entre la playa y los muros encalados del patio, el espíritu del mar excita los sentidos con mayor intensidad. Entonces aparecen dos manchas redondas, con borde de suave seda, que, por sorpresa, no son oscuras como el resto del universo. Primero, diminutas como la cabeza de un alfiler. Poco a poco, se engrandecen, hasta adquirir el tamaño de una moneda de peseta. Me río nervioso, mientras mis pies siguen el compás de los de Alicia. ¿Tienen...color? ¿Manchas de color?¿No simples destellos?

-Alicia...tus ojos...¿son de agua?

-¿Cómo?

-Tus ojos...son de agua, ¿verdad?

-Sí...son de agua- susurra varios segundos después, mientras su cabeza sigue apoyada en mi pecho.


Sin ninguna respuesta ni explicación, mantengo mi sonrisa. Escucho tu mar.


Ship on Stormy Seas Ivan Aivazovsky. 1887.

27/3/16

El Relato del 27: El prisionero

-¡Fuego!

La voz del coronel acostumbraba a retumbar cuando alguna orden huía de su garganta. Esta vez quedó amortiguada en el mismo instante en el que, al unísono, tronaron cuatro fusiles. El estruendo de las armas sí resonó en nuestros oídos, ahogando el sonido del cuerpo que, a plomo, cayó sobre la hierba mojada.

Durante más de tres meses, yo había estado vigilándolo. Pero no sólo fui su carcelero: limpiaba sus heridas, vendándolas mañana y noche, cocinaba para él y, durante sus paseos matinales, me encargaba de adecentar el barracón que era su celda. Era yo quien retiraba cada ocho o nueve días los libros leídos, y quien seleccionaba los que podía leer. Mientras tanto, él se mostraba sereno y educado en todo momento. Tan sólo en una ocasión le vi perder la compostura: la tercera semana, cuando confundí su libro de notas con el viejo Robinson Crusoe del coronel. Ante mi asombro, un certero y violento golpe en la muñeca me hizo soltarlo. Su rostro estaba encendido como las brasas. El mío no tardó en sonrojarse.

"[...sin saberlo. Esta mañana me sorprendió con Waverley y El Libro de Apuntes de Geoffrey Crayon, y escapó de la estancia escoltado por Gulliver y Robinson. Tuve que mostrarme severo con él, debido a una incómoda distracción que hubiera supuesto la pérdida de mi más preciado tesoro (en caso de salir vivo de aquí, mis anotaciones nos ayudarán en la zona montañosa). Sólo cambió el color de su tez, persistiendo el desánimo perpetuo en su mirada. Mañana me disculparé por mi arrebato. ¿Qué clase de ejército de niños nos han puesto enfrente? Algunas noches lo he escuchado llorar tras el grueso portón. No creo que tarden en enviarlo a casa o a la muerte. En cuanto a sus superiores, la mayoría sigue tratándome con respeto, y dispongo ciertos privilegios materiales y de actuación, de acuerdo al rango que saben que ostento. He podido...]".

Con el cuello ensangrentado y vendajes amarillentos y rosáceos por todo el cuerpo. Así apareció por primera vez en el campamento. La manta que cubría su torso estaba llena de agujeros, barro y hierbajos de los que se adhieren a la ropa e irritan la piel. No sé cuántos bichos morirían cuando quemamos aquellos harapos, aunque imagino que no fueron pocos. Nuestro coronel lo recibió con aires marciales y el uniforme de gala. Fue entonces cuando deduje que se trataba de alguien importante, a pesar de su lamentable aspecto. Con evidentes gestos de dolor, el recién llegado se cuadró, devolviendo el saludo militar. No volví a cruzármelo hasta la mañana siguiente. Vestía uno de nuestros uniformes, aunque desprovisto de nuestra bandera y sin ningún tipo de galones. Un gesto más que delataba su posición en el ejército enemigo. Mostraba una horrible herida abierta en el mentón y cojeaba notablemente, pero su aspecto ya no hacía pensar en un próximo entierro. La sensación de cansancio se entremezclaba con una sobria elegancia que se adivinaba innata.

"[...reír. A lo largo de estas semanas lo he ido conociendo. Es mucho mayor de lo que aparenta, lo cual ha tranquilizado mi conciencia (aunque jocosamente sigo refiriéndome a él como niño carcelero). Algunos días jugamos al ajedrez, y en mi tablero imaginario queda reflejada una personalidad algo anárquica, que le obliga a alternar jugadas casi suicidas con defensas extremas de sus piezas más valiosas. Pese a que pueda sonar extraño, creo que me he convertido en su cordón umbilical con la vida; la auténtica, la que está ahí fuera. Me ha preguntado por nuestras ciudades, nuestros libros, nuestro gobierno. Tras...]".

Pasaba la mayor parte de su tiempo tumbado en la cama, sonriente y con los ojos abiertos. No parecía ni tan siquiera sentirse preso. Miraba el techo de madera, aunque es evidente que no es lo que veía. Allí dibujaba sus estrategias, sus deseos, sus sueños...quizás también a su familia. ¿Estaba casado, tenía hijos? Nada habló de su vida familiar. Su imaginación también trazaba cuadros blancos y negros sobre las bastas vigas, donde rabiosos peones saqueaban altas torres y el rey devoraba caballos sin cesar.

"[...desde dentro. Las conversaciones con el niño carcelero se están convirtiendo en parte de mi rutina. Cada día, tras el almuerzo, dedicamos algo más de una hora a divagar sobre la vida. Al principio era esquivo a cualquier charla pero, poco a poco, he conseguido que vaya abriéndose a mi voz. Realmente, las diferencias en nuestro modo de pensar responden más a razones de edad que de bando. Creo que la presencia de una barrera física en forma de pared le permite bajar la guardia y hablar con mayor sinceridad. No hay miedo en sus reflexiones, sólo tristeza y añoranza. No sé cuánto tardará en rechazar su uniforme, si la guadaña no se lo impide. Asimismo,...]".

El interior de la celda transmitía una extraña sensación de tranquilidad. En el polvoriento piso, junto a la entrada, reposaban los libros que semanas antes le había llevado. A estos tres volúmenes se les sumaba otro ejemplar, que permanecía con humilde dignidad sobre ellos. El aire olía a tierra húmeda, a humo, a sudor. Ante mis ojos, el techo volvía a ser lo que siempre había sido, y entre sus huecos, densas telarañas esperaban la perdición de algún insecto despistado. La cama era demasiado dura, y pude notar cómo las briznas secas, apelmazadas bajo la tela que hacía de sábana, punzaban toda mi piel. Entonces, quise dibujar una reina. Cuando escuché el primer aviso de corneta, logré ver cómo una hermosa mariposa se enredaba entre los grises hilos. Raudo, me puse las botas y corrí hacia el exterior.

-¡Carguen!- bramó el coronel luciendo de nuevo su uniforme de gala.

Aquel día, los preparativos en el campamento se sucedían con un ritmo incansable, y hacía un rato que la corneta había sonado por tercera y última vez. La lluvia caía sin ninguna consideración y de su uniforme escurría un agua sucia. La bolsa de arpillera, jaspeada de manchas oscuras, cubría su cabeza, mientras una gruesa soga le tensaba los brazos hacia atrás, clavándose en sus muñecas.

"[... supe que dentro de cinco días seré ejecutado. Me han convertido en una cifra para futuros tratados de Historia, para placas de bronce en cada centenario, para monolitos de granito. ¿Ha tenido sentido todo esto? No lo sé. Probablemente, ni siquiera el tiempo, cuando ni ganadores ni perdedores dicten ya las leyes, será capaz de responder.]".

-¡Apunten!

Me encontré como el hombre que, ateo por convicción, es obligado a ejercer de testigo en sagrada ceremonia. El sacrificio del enemigo, su muerte por tu vida. Un ritual transmitido de padres a hijos, y que resultaba totalmente ajeno a mi persona. Ni orgullo ni rabia. Tampoco sentí pena por él. No la merecía, tenía el aspecto de haber elegido su vida. La fría lluvia se apropió del humo y, con delicadeza, lavó la sangre de la hierba.


The Prisoner. Vladimir Makovsky. 1882.

5/3/16

Supernova

Explotan estrellas allá arriba y no se enciende el firmamento ni se engendran auroras boreales, sino sólo fecunda sombra. Explotan estrellas, como palomitas de maíz en la batalla, inexistentes: una, tres en dos segundos, cuatro y cinco. Sístole. Elementales las partículas laten, giran y huyen de la asfixia de esas cuerdas que les persiguen. Piruetean y juegan, se desnudan y se arrullan intercambiando quemazón. Diástole. Llegan las primeras luces carmesíes, y es entonces cuando somos incapaces de comprender si amanecemos o nos atardecemos. Sístole. Supernova roja, Betelgeuse nos regala las cenizas, las que festejamos aunque nos muerdan o nos ardan. Y es entonces cuando somos capaces de creer sólo en cosquillas y confeti. Diástole. Sentados en sillas de paja y madera, puro comburente, custodiamos aburridos el mecanismo de las agujas que, vemos, inyectan un hediondo barro rojo en espesos remolinos. Sístole. Un gran Maelström engulle al conejo de nieve con levita colorada. Diástole. Se despierta el reloj de faltriquera. Sístole. Trata el cocodrilo de tragarlo, diástole. Lo traga. Sístole. Trata de masticarlo, diástole. Colmillo roto, diástole, se atraganta, sístole. Se ahoga, diástole, diástole, sístole, se ahoga el cocodrilo, diástole. Sístole. Sístole, llanto, diástole y más llanto, sístole. Llanto y diástole. Silencio, se extinguieron las explosiones. Silencio. Lo escupe, sístole, envuelto en algas pardas, diástole, sístole, viscosas, palpitantes, apócrifas, diástole, regurgitadas. Recomienza el pausado latir mientras agoniza el reptil con estática sonrisa. Sístole. No hay dientes ni lengua ni escamas. Diástole. Renace y se multiplica la estrella, conquista el espacio y se propaga. Vuelve la lluvia, silenciosa, y ya no hay cuerdas, únicamente partículas alineadas en perfecta espiral. Sístole. Vino tinto y cálida sal, ya no abrasan las ondas gravitacionales; aprenden a mecer las cunas en madera de almendro y las mojan de flores blancas y rosadas. Diástole. 

Anatomía del corazón. Enrique Simonet (1890). 

Saturday Night Wine: Ramón Bilbao Crianza 2012

Con nombre de viajero, de actor de reparto o de vecino con barba y libros siempre bajo el brazo, Ramón Bilbao es uno de esos vinos de siempre. Fundada en el bisiesto 1924, cuando el Real Unión de Irún ganaba el campeonato de Liga de fútbol y Neruda pasaba de cantar con desesperación a recitar poemas sin despeinarse (lo cual parece más que obvio). Se dibuja en su etiqueta un hipsteriano e inflado globo terráqueo que, a pedales, permanece estático en su imaginario deambular.

Llega desde La Rioja ejerciendo de inconfundible riojano. Se extinguirá el riesgo cuando lo pongamos en nuestra mesa, tratándose de un valor seguro y sin sorpresas: ni de las unas ni de las otras.

En copa se muestra rubí, brillante y de capa media. El carácter de Tempranillo aparece difuminado en nariz, donde aparecen aromas eléctricos a frutos rojos (fresa, grosella roja) y a especia (pimienta negra). Se asoma en cambio la regaliz entre los labios para indicarnos el buen camino varietal, combinada con recuerdos a coco (14 meses cautivo en madera marcan carácter) y muy ligero torrefacto. De caudalía media y tanino afilado, su frescura aparece como una de sus bazas ganadoras.

Prueben a emparejarlo con un buen plato de spaghetti con salmón, chorrito de aceite y sal gorda imprescindible. Tampoco se arrepentirán si lo citan con unas empanadas de carne a la gaucha, de esas bien especiadas: quizás lleguen a conversar con el del sombrero de copa, ese que pedalea por los cielos.



27/2/16

Saturday Night Wine: Troisième mi-temps 2014



El Relato del 27: La ciénaga

Cuando alguien lea estas líneas, mi cuerpo descansará bajo tierra. Habrá transcurrido el tiempo suficiente para que a nadie pueda avergonzar la narración de estos acontecimientos, acaecidos en el año de 1884 en la Inglaterra de Su Graciosa Majestad la Reina Victoria, que Dios guarde en su gloria. Seré breve, no queriéndome apropiar del valioso tiempo de quien lee mis palabras.

Me encontraba en Dartmoor esperando noticias de Holmes, quien seguía en Londres con el caso de las Siete Urracas. Desde mi llegada, dedicaba tres horas diarias a recorrer el páramo de Devonshire, siempre que no hubiera bruma. Provisto de gorra campera, traje de lana y sobretodo por debajo de las rodillas, tomaba mi bastón y salía en busca de alguna pista que me resguardara de la soberbia de Holmes. Seguramente, en esos momentos estaría tirado junto a la chimenea, deleitándose en su egolatría y disfrutando de su cocaína diluida. La convicción que yo tenía de su genialidad no me impedía vislumbrar la fatídica realidad: no desearía una convivencia similar ni al peor de mis enemigos. Lo que en un principio había sido un buen pacto para minimizar los efectos de mi bancarrota, se había convertido en un auténtico infierno en la tierra. Mención aparte de una acusada adicción a la droga, de unos hábitos musicales noctámbulos y del perpetuo humo de su pipa, sus maneras humillantes frente a mí habían ido in crescendo desde que nos mudamos al 221-B de Baker Street. Los episodios de presuntuosidad se intercalaban con unas horribles depresiones (fruto evidente del consumo del mencionado narcótico), que le tornaban irascible al caer la noche.

Las horas transcurrían lentas en el páramo. Según caía el sol, el frío atacaba con más profusión y, ante su crueldad, mi vetusto abrigo era incapaz de protegerme. Bajo el mismo, los mordiscos del tiempo se reflejaban en las zonas desgastadas de mi traje, allí donde la lana era tan sólo el recuerdo de un pasado esplendoroso. Únicamente mantenía caliente la cabeza gracias a la gorra que, en su generosidad, el último de los Baskerville había visto a bien prestarme. Aquellos largos paseos me sirvieron para pensar en mi situación actual: soltero, compartiendo piso a mis 32 años de edad, medio tullido del brazo izquierdo y prácticamente arruinado. ¿De verdad me importaba la suerte de aquel heredero venido del otro lado del Atlántico? Desde hacía algunos meses, la tentación de caer al otro lado de la ley y sacar provecho a todo lo aprendido con Holmes me había rondado la cabeza. Los inútiles de Scotland Yard habían demostrado que no eran ellos el escollo a franquear.

Holmes llegó al cabo de siete días, considerando oportuno acompañarme en mi sexta caminata. Marchábamos por el camino de turba que bordeaba la ciénaga, buscando alguna pista que nos llevara a encontrar al diabólico ser del que todo el mundo hablaba. En una de las ocasiones en las que Holmes se agachó, noté un escalofrío. Era la oportunidad de acabar con mi gran escollo: nadie en cinco millas a la redonda, con Holmes inclinado y dándome la espalda, confiado. Un bastonazo certero en la nuca, quizás dos...Acabaría mi vida tal y como la conocía, pasando a una mejor existencia con sólo utilizar un poco de ingenio.

Por suerte o por desgracia, no me atreví. No me enorgullezco de aquel pensamiento que, durante unos segundos, cegó mi raciocinio. La vergüenza de lo que aquel instante representa me persiguió el resto de mis días. Holmes siguió confiando en mí. Jamás supo que, durante unos segundos, el que fue su mejor y único amigo estuvo apunto de asesinarlo a sangre fría.


"Taking up a glowing cinder with the tongs." Illustration by Sidney Paget, from 1892.

13/2/16

Saturday Night Wine: L'avant-goût du Paradis 2012

¡Por fin! Abrimos la botella cubierta de polvo que descansaba en el botellero de madera, esa que nos miraba de reojo haciéndose la orgullosa esperando su momento de fama. Aproximadamente un año hace desde que la adoptamos, tras disfrutar de una experiencia divertida e interesante para cualquier amante del vino: el assemblage  o ensamblage del mismo. La cita fue en Tavel, donde Florian, Monsier André, elabora sus caldos bajo el prestigioso sombrero (de copa, podría decirse sin faltar a la verdad) de Côtes-du-Rhône y de Châteneuf-du-Pape. 

Château de Manissy se deja vislumbrar desde la autovía, pero luego, tímido, parece desaparecer entre caminos de tierra y algún que otro pino. Un bonito y breve camino nos lleva a un patio exterior custodiado por algunos plátanos de sombra, que nos reciben todavía algo alopécicos. Florian, Monsieur Mathieu, nos muestra la nave de elaboración, nos habla del viñedo, de las ventas de vino...de la historia del lugar, que parece gotear desde las tejas desteñidas.

L'avant-goût du Paradis 2012 se muestra oscuro en la copa, con una capa profunda bordada con reflejos violáceos. Elaborado con un 80% de la variedad Garnacha, y el resto a partir de uva Syrah, la nariz es intensa incluso a copa parada, y al agitarla se abren complejas notas a cacao, regaliz y, muy intensamente, tabaco de Virginia. En boca entra con una acidez que causa sorpresa (de las muy agradables) para este perfil de vino. Lo rejuvenece y le roba estrictez. Notas ahumadas se entremezclan con grosella negra, ciruela pasa y recuerdos licorosos. El tanino es muy redondo, casi sedoso. Permanece largo tiempo entre las papilas gustativas, ayudado por una sabrosa carnosidad. 

Un vino muy del terroir, con mucha personalidad, que puede maridar a la perfección con un queso bien graso (¿han probado la torta al maroilles?), una paletilla de cordero al horno, o incluso unas trufas de chocolate puro.

Entre probetas y una amplia paleta de vinos robados a los depósitos, los mezclamos, los catamos, los revestimos y volvemos a hacerlos probar al vecino. Nos divertimos con las distintas variedades, perfiles y caracteres. Jugando como niños.




6/2/16

Saturday Night Wine: lonecesario 2012

Y como no hay dos sin tres, aunque realmente hubo un cuarto que no mencionaré, voy a dedicar unas líneas al vino que, entre amigos conversado, hizo descubrir a más de cinco las bondades de mi querida uva Bobal. En la diminuta aldea de Casas del Rey elabora Diego Fernández, uno de los enólogos más reconocidos (y apreciados) del panorama vitivinícola valenciano, este lonecesario.

El del 2012 se muestra en copa rojo intenso con ribete morado. Su nariz es compleja, aunque necesita de oxigenación previa para dar todo lo que esconde: aromas de fruta roja y ácida se entremezclan con notas torrefactas que le imprimen carácter y seriedad. En boca tiene un buen ataque ácido, y sus taninos se revelan sin ningún atisbo de timidez, ligeramente astringentes pero muy bien definidos. Aquí es más generoso que en nariz: los tostados se difuminan en ahumados, y nos regala sensaciones de tipo mineral y leves recuerdos a sotobosque. No es excesivamente largo en boca, ni se muestra voluminoso, pero presumo que tampoco era el objetivo. Este vino nos seducirá más bien su carácter de puño de hierro (no olvidemos sus 14.5 grados de alcohol) en fino guante de seda.

Este vino puede acompañarse con unos lomos de cerdo al paté de oliva negra. Aunque, si prefieren no complicarse la vida, prueben a enfrentarlo con un crujiente y sabroso morro de cerdo o unas lonchas finas de jamón ibérico.

30/1/16

Saturday Night Wine: Barón de Ley Varietales Graciano 2010

Hablaba no hace mucho con un amigo sobre la cata que conversé algún viernes de enero (Véase el Saturday Night Wine del pasado día 25 del susodicho mes del -ya no tan recién- comenzado año). Y, con los ojos brillantes, me comenta que, sin ninguna duda, su favorito fue el tinto procedente de la, para muchos todopoderosa, Rioja. Y que le sorprendía cómo un vino elaborado a partir de una uva tan fina, con aromas tan delicados, se conformara con ese papel secundario de "variedad mejorante" que todos, exceptuando dos o tres, le han conferido. Me entraron ganas de hablarle de Steve Buscemi, Ernest Borgnine, Michael Madsen o Tom Wilkinson. Los de reparto. Los otros.

Barón de Ley Varietales Graciano 2010 se presenta sobrio en su etiqueta, sin estruendos innecesarios. En copa es cereza, conservando todavía un alegre ribete violáceo que sorprende y, al mismo tiempo, dibuja sonrisas complacientes. En nariz...aquí es donde llega todo su esplendor: en nariz. Intenso, sutil y con mucha personalidad. Aromático a más no poder, surgen aromas de grosella roja, recuerdos a flores azules y muy, muy ligeras notas mentoladas. En boca tiene nervio y se desenvuelve con soltura gracias a su acidez, lo que, unido a sus taninos vivos pero gratos, equilibran un alto grado alcohólico muy bien llevado. De nuevo, toques de fruta roja, fresa ácida, dejándose ya caer alusiones a vainilla y pimienta blanca. No es excesivamente largo en boca pero, entonces, en este preciso instante de dudas, vuelvan a respirar dentro del cristal teñido de carmesí, y olvidarán al momento lo que tenían en mente.

Si me preguntan, yo haría escoltar mi copa de graciano por un confit de pato con puré de chirivía o, si me presionan un poco, por unas generosas carrilleras de cerdo con miel. Pero me consta que Míster Blonde y Míster Pink hubieran preferido acompañarla con una hamburguesa Big Kahuna, y Graham Dashwood con un cordero Rogan Josh. En cambio Ragnar, vikingo él, menospreciaría cualquiera de sus vinos y brindaría con rico hidromiel.

27/1/16

El Relato del 27: Gravedad

Lo había matado ella. La falsa complicidad que atribuía a aquella niña de rizos le había servido para aliviar el continuo roce de la verdad. Un bálsamo que ella misma había elaborado como placebo y autoengaño, y que acabó por diluirse con el tiempo. Su eficiencia se plasmaba en la herida ya cauterizada, convertida en piel reseca y piedra. Únicamente quedaba una cicatriz interior, invisible a las acusadoras miradas en peligro de extinción. Miradas de lobo envueltas en ávidas sonrisas de cordero. Intuía que los pocos que aún quedaban de aquella época prejuzgaban su infancia, condenando su vida. Tan sólo había sido el acto de una mocosa mimada y sobreprotegida. No le dolía, aunque todavía notaba cómo la más mínima sensación de mareo hacía palpitar su incorpórea cicatriz. ¿Sintió vértigo aquel día? En todo caso, los celos se impusieron sobre cualquier acto reflejo. La envidia infantil había devenido en rabia. A su alrededor, sólo manchas difusas. Manchas verdes de pino. Manchas alargadas de azul, confundiéndose entre las verdes, rayadas todas ellas. Manchas de cuero y tierra, que oscilaban frente a ella...que eran parte de ella. Manchas veloces que se entremezclaban, indefinidas, blanquecinas. A su izquierda, nítida, aquella niña de rizos miraba al frente. Impertérrita, casi pasmada, la niña de rizos reía sin ningún tipo de pudor, sin ser consciente de su existencia. La niña reía con una especie de aullido, su piel de lobo para recubrir esa mirada ovina, inanimada, hacia el infinito. Ella comenzó entonces a chillar a su abuelo: -Alto, abuelo...alto. El columpio de la niña nítida quería liberarse, mataría a Newton, la manzana quedaría eternamente podrida y levitando en el aire. Una respiración acompasada se fundía entre alaridos y quejas. Los bramidos de la desconocida cebaban su ansia de victoria en aquella imaginaria competición. Su garganta aumentó el ritmo de sus chillidos: -¡Más alto, más alto abuelo! Las manchas oscuras que eran sus zapatos jamás alcanzarían la altura de aquellos nítidos pies descalzos. -¡Más, abuelo...más alto...mucho más alto! Pronto, unos jadeos irregulares se alzaron en  aquella chirriante partitura, intentando seguir el compás. Pero ella no escuchaba, no sentía. Ni siquiera había ya manchas. No veía más que aquellos pies que perseguía en el aire. -¡Más alto, abuelo...más alto, abuelo...mucho, mucho más alto, abuelo! Entonces, los jadeos se elevaron por encima de voces, dedos y zapatos. Sonó un golpe seco, Newton resucitaba, la manzana recuperaba su tersura. Después, todo fue silencio.


25/1/16

Saturday Night Wine: Pétalos 2011

Se organiza una cata para hacer descubrir, en otras tierras, esas pequeñas grandes variedades que se ocultan, bien a la vista, incluso para los mismos autóctonos. Y ahí estoy yo, apasionado de esas uvas oriundas y lejanas que tantas alegrías nos dan, para guiarla, conversarla y compartirla, que no impartirla: que eso queda demasiado serio...que eso es frío...que parece trasnochado. Ahí aparecen la Bobal, la Graciano o la Mencía, misteriosas y con ganas de conocer a otros vecinos lejanos, que con los cercanos siempre, pensamos, hay un momento para compartir un chato.

Comienzo por el último vino catado pero que, para muchos, fue el primero si de pódium se tratase: Pétalos 2011. Llega cuidado en su fondo y en su forma, con una presentación exquisita y hermosa, de esas que se quedan grabadas en la memoria a fuego de colores sobre vidrio de curvas borgoñonas. Elaborado por Descendientes de J. Palacios con la berciana uva Mencía,  se viste de rojo cereza oscuro. En nariz es muy intenso, envolviéndonos las notas de cacao en un primer momento, para dar paso a recuerdos licorosos de cereza, sutil clavo...y ahora recuerdos balsámicos. Se acumulan los aromas, se pasean, van y vuelven, muy educados y sin empujones. Y yo vuelo hacia colinas empinadas, oscura pizarra, brumas y castaños. En boca es equilibrado, con un buen ataque ácido, tanino goloso, muy pulido, largo y repleto de nuevas sensaciones: toffee y tenue torrefacto...y ahora frágil violeta. Largo. Un placer elegante y fino.

Me llega la imagen de un apetitoso guiso de cordero con ciruelas, de una liebre con setas en cazuela o también de una bandeja de pimientos rojos rellenos de salmón. Emplazo a Pavlov.

Vinieron este día leales al vino; amigos que, desconociendo la existencia esta variedad, la adoptaron con mimo y, ahondando en su alma, se convirtieron en sus amantes. Seguro estoy: jamás se olvidarán de ella.

Más allá del vino: La Muse Verte

Cada vez menos gente cree en el mundo feérico, ese de las gentes menudas, a veces diáfanas, siempre risueñas (para nuestro bien o nuestro mal) y que, pese a todo, no dejan de observarnos agazapadas en sus huecos, ocultas entre los helechos o, aunque no lo creamos, tras la alta lámpara de papel, esa del dormitorio que fue nuestra última adquisición en los almacenes que vinieron del frío.

Visitamos a un amigo en Antibes: quebequés, con un cierto aire estrambótico, risa contagiosa, carácter entrañable y más tímido de lo que osaría reconocer.  Recorremos las calles del centro histórico, medieval y sembrado de tiendecitas: artesanos, domadores de barro, tela y hierro, sopladores de vidrio y carceleros de aromas en cera. Rodeamos su fuerte, nos dejamos azotar el rostro por un viento azul y salino, y tras el momento del café, nos deslumbra un flúor verde manzana ácida, verde luminiscente como algunas algas químicamente faroleras o como esos ratones-juguetes de los alquimistas del ADN. Ahí está, el templo del hada verde.

Es más fácil sentir a toda esa corte mágica en los cambios de luz, cuando la noche pasa a día o el día pasa a noche. También hay que tener la mente abierta y algo adormecida; no lo intenten sin imaginación, sin una cierta inocencia, o sin esa pizca de somnolencia.

Los dueños del local son una pareja de cierta edad: ella con falda vaporosa y de aires románticos: flores blancas sobre fondo granate y azabache; él instalado en su chaleco de cuero con motivos Harley-Davidson y de estricto negro. Habladores, sonrientes y generosos. Nos trasladan con su verbo a otros tiempos, contándonos historias de prohibiciones, ensoñaciones, vinateros enfurecidos, diluciones, terroncillos, chimeneas de destilación, gendarmes complacientes de nariz sonrojada, alcoholes infinitos, fontanas, alquimias de cucharillas, vasodilataciones…y todo envuelto en polvo esmeralda.

Parece que una copa de licor ayuda a ver la sombra del duende o el revoloteo del hada, aunque sean difuminados. Con dos copas, se conoce que su aparición es nítida y corpórea, para regocijo de quienes los esperan, para terror de quienes jamás creyeron en su existencia. Con tres copas...con tres copas no hay nada que hacer: se divertirán con usted confundiéndole de algún modo u otro. 

Descansa una fontana repleta de agua glacial sobre nuestra mesita, donde una mujer vestida de art-nouveau ofrece una copa con bordes de plata a unos dedos invisibles de uñas largas y gélidas. El ritual nos reconforta, y de la nada aparecen unos sombreros sobre nuestras cabezas, que bien es sabido es de mala educación, y hasta puede dar mal fario, beber absenta con la cabeza descubierta. Una institutriz viajante en el RMS Olympic repiquetea el suelo con su botín. Caen gotas (que son casi un chorro) sobre el azucarillo, fundiéndolo en frío y endulzando el elixir de ninfa, que pierde fuerza y se hace apto para el ordinario mortal. Un marinero de principios de siglo y un mariscal del ejército austro-húngaro se entretienen en cerrar y abrir los grifos huérfanos ya de dulce. Nos deleitamos en diferentes tipos de absenta, comparando sus matices, descubriendo parte de la jerarquía del mundo mágico, explorando grises traslúcidos y lechosos y blancos níveos, sucios, o nacarados. Una oriental propietaria de la lavandería de la esquina le da la mano a un cowboy sin malicia.

No se molesten si estiran de sus bigotes y barbas, bostezan dentro de sus orejas, suspiran sobre su escote o sienten unas cosquillas que hacen bailar los dedillos de sus pies. Y, si lo hacen, no se lo hagan ver. Aprecian el buen humor y la complicidad y, si aceptan sus diversiones, puede que durante las siguientes semanas una serie de buenas noticias les vayan despertando de su sopor subyugante.

Mientras se vacía el cristal, comenzamos a discernir diminutos brillos que, a pares, danzan en los rincones, bajo las mesillas, tras los carteles y reflejados en el espejo de la barra. Una extraña musiquilla acompasa nuestras risas. Inconfundible, decidimos que es el momento de abandonar, respetuosamente, el mundo feérico. No conviene abusar de su hospitalidad.





16/1/16

Saturday Night Wine: Cave de la Petite Fontaine Sancerre 2014 & Bouchié-Chatellier Pouilly Fumé 2012

Las comparaciones no siempre son odiosas; por momentos dan pereza, a veces son pertinentes y, en algunas pocas ocasiones, nos parecen imposibles. Están viajando en estos momentos un auténtico marciano (que lo era, no lo duden) y un maestro de magos no tan oscuro como nos quisieron pintar. No sabemos dónde, pero están viajando. Parten dos artistas incomparables, unidos por sus inconfundibles voces y una isla, y que llegaron a nuestra dimensión con menos de un año de diferencia. El aspecto frío de uno se derretía y nos calaba mucho más amigable de lo que hubiéramos sospechado. El otro mostraba una calidez extraña, con destellos glaciales que, pese a todo, reconfortaba dejándonos una sensación de paz con cierto recelo aletargado. Nos dejaron arte, sin más. Que no es poco.

Ciertas comparaciones nos complacen, nos provocan un agradable cosquilleo en la nuca y hasta llegan a erizarnos el vello. Hoy no nos contentamos con un vino, sino que nos satisfacen un par de ellos. Se trata de comparar vinos elaborados con una misma variedad (Sauvignon Blanc) y que, sin embargo, consiguen acelerarnos el corazón con dos estilos muy diferenciados. Visualmente son ambos muy similares, presentando un color amarillo pálido con reflejos verdosos. En nariz, en cambio, son dos planetas bien separados. Desde Sancerre comparecen aromas intensos, por no decir explosivos, y muy típicos de esta variedad: notas de bourgeon de cassis (fatigoso se me hace traducir esos brotes de grosella negra...) y, posteriormente, fruta de la pasión. La acidez es correcta, hace abrir las papilas gustativas y surge de entre los anteriores recuerdos a cítricos, mandarina para ser más concretos. Ligero de cuerpo, muestra un paso medio. La appellation d´origine Pouilly Fumé nos regala aromas mucho más complejos y ocultos: imprescindible aireación. Tímidas, van apareciendo notas de a albaricoque acompañados por las muy sutiles de cáscara de almendra. El ataque en boca es más elegante, menos violento y con evocaciones golosas: orejones y flan.

Recomendaría el primero con un arroz seco con gambas y cigalas, o bien, si se prefiere algo más ligero, una ensalada de canónigos y rúcula con queso de cabra y tomate seco. El segundo, en cambio, lo acompañaría con un plato más exótico: salmón con miel al curry. Y, después, a media tarde tras el té, bailemos hechizados...





9/1/16

Saturday Night Wine: Domaine Fougeray de Beauclair Gevrey-Chambertin Les Seuvrées 2007

Juegan estos días por tierras francesas a darle la vuelta al año, de modo que 2016 se convierte, sin forzar en exceso, en un reconfortante y esperanzador "joie", que se traduce como "alegría". Esperemos que así sea, y que estos 12 meses nos traigan muchas y muy buenas noticias en todas las esferas de nuestra vida. Brindo con ustedes por ello.

Nos reunimos una veintena de amigos para estrenar el año descorchando tanto blancos como tintos. Ya huele a Borgoña. Mojan nuestras copas paisajes de Chablis, Sancerre, Chassagne-Montrachet y Gevray-Chambertin. Éste último se desmarca de entre tan agradables paseos enológicos: difícil estrenar el calendario de mejor manera que con este extraordinario vino. De los inolvidables. De los que, por más vendimias que vengan para acariciarnos, y mitologías aparte, permanecerán casi eternos.

Aparece en copa anaranjado, castaños reflejos y capa media, Pinot Noir obliga. El primer aroma rompe el tiempo y surge casi antes de acercar la nariz: coco muy intenso, inconfundible y fresco. En apenas unas milésimas, llegan notas balsámicas, y finalmente, desembarcan recuerdos a cereza muy madura. Muy complejo, en copa se transforma, se prueba tres trajes y, aun satisfecho con cada uno de ellos, caprichoso encarga tres trajes más. En boca tiene una muy buena acidez, un toque goloso y se presenta largo. Tanino muy redondo, es evidente que está en su apogeo. Reaparece el coco y el mentolado. Largo. Volvemos a la nariz y tímido aparece el toffee. Siguen los matices paseando entre papilas: notas de caza. Inolvidable.

Lo acompañaría sin dudarlo con una paleta de cordero a la menta, aunque un conejo asado en salsa de chocolate tampoco desentonaría. A partir de aquí parece que conviene aligerar la mesa: me insinúan que lo mejor es dejar casi corriendo la cuesta de enero. O sin el casi.


6/1/16

Noche de Reyes

Se despertaba cada día de Reyes a golpe de reloj de muñeca que, coaccionado por el niño, ejercía de despertador: purito intrusismo laboral.  La mañana todavía no había llegado, de larga que había sido la noche, y ya retumbaba bajo las mantas Scotland the Brave. Apenas unas horas antes, los camellos comían banano y los Magos subían, todavía nadie sabe cómo, del tercero al cuarto para tomarse unos quintos, templados ya estos y, casi con total seguridad, también aquellos. Podría jurar que escuché sus murmullos y también vi sus sombras, paradoja, en completa oscuridad. La puerta se abrió, y mi habitación se llenó de azul brillante y oro, no cabe duda de que era Melchor. Puedo jurarlo. Al pelirrojo no lo vi, pues como buen taheño se conoce que estaba terminando su segunda cerveza. Lo juro, escuché la risa de Baltasar: profunda, casi estricta. Juro que lo hicieron, porque al día siguiente todavía encontré, entre el cadáver despedazado de la bailarina de cerámica, algunas briznas de paja fresca. Aquel día descubrí que los camellos huelen como las ovejas, sean churras o merinas. Gaspar, todavía con resaca, recibió la imputación por homicidio involuntario la mañana del 6 de Enero. Alegó andar chispo y haber sido dirigido por una gran estrella. Porque, lo sabemos, los Reyes Magos nunca mienten.


                              Edward Burne-Jones y Morris and Co., detalle del tapiz de La adoración de los Magos (1901).

2/1/16

Saturday Night Wine: Château Delmond Sauternes 2011

Habrá quien ande con la cabeza desubicada y los pensamientos todavía macerando en licor tras la última noche del año. Todavía no son conscientes de que sí, ya ha comenzado: la ufana e incierta carrera de buenos propósitos que llevará a muchos a la decepción, a otros al pequeño gran éxito, y, a la mayoría, a la indiferencia absoluta hasta el estreno de un nuevo calendario. Nos impregna a todos (sí, también a ti, que estás durmiendo la mona...) la pólvora del pistoletazo de salida nocheviejuno, que se vistió de fuegos de colores pero, no olviden, sigue siendo un disparo de esos que pueden matar. Que el deseo de probar y disfrutar de nuevos vinos, de viejos conocidos, exóticos, sencillos, grandilocuentes, cercanos o, aún mejor, de esos que sorprenden no sólo el acto de catarlos sino el porqué catarlos, que ese deseo, reitero, sea una  realidad y no tan sólo un calentón de bienvenida.

Château Delmond se sitúa en la región francesa de Sauternes en la que , si alguien todavía lo desconoce, se elaboran uno de los vinos dulces más sabrosos y reconocidos, de todo (hasta nueva noticia) el universo. La acción de un hongo (benévola en este caso) deseca de manera natural la uva, concentrando los azúcares y ácidos que permanecerán presentes en los vinos elaborados, lo que, junto a la ofrenda de un sinfín de aromas, marcará de forma inigualable las propiedades de los mismos. 

Es un vino dorado y brillante, en el que se ya se pueden detectar algún que otro reflejo provocado por cristales de tartratos; no teman, no les harán ningún daño y es algo totalmente natural y explicable. En nariz es medianamente intenso, apareciendo notas almibaradas de melocotón y miel. Tiene un buen ataque en boca, con una acidez más que correcta. Se unen a los anteriores notas de cítricos (inconfundible corteza de naranja confitada) y de caramelo, de ese que endulza flanes y cremas catalanas. Redondo y envolvente, permanece largo en boca. 

Acompañará a la perfección un buen tiramisú e incluso, y aquí me envalentono, una deliciosa calabaza asada al horno: ¿No me creen? Hagan la prueba entonces, y ya me contarán...