30/1/16

Saturday Night Wine: Barón de Ley Varietales Graciano 2010

Hablaba no hace mucho con un amigo sobre la cata que conversé algún viernes de enero (Véase el Saturday Night Wine del pasado día 25 del susodicho mes del -ya no tan recién- comenzado año). Y, con los ojos brillantes, me comenta que, sin ninguna duda, su favorito fue el tinto procedente de la, para muchos todopoderosa, Rioja. Y que le sorprendía cómo un vino elaborado a partir de una uva tan fina, con aromas tan delicados, se conformara con ese papel secundario de "variedad mejorante" que todos, exceptuando dos o tres, le han conferido. Me entraron ganas de hablarle de Steve Buscemi, Ernest Borgnine, Michael Madsen o Tom Wilkinson. Los de reparto. Los otros.

Barón de Ley Varietales Graciano 2010 se presenta sobrio en su etiqueta, sin estruendos innecesarios. En copa es cereza, conservando todavía un alegre ribete violáceo que sorprende y, al mismo tiempo, dibuja sonrisas complacientes. En nariz...aquí es donde llega todo su esplendor: en nariz. Intenso, sutil y con mucha personalidad. Aromático a más no poder, surgen aromas de grosella roja, recuerdos a flores azules y muy, muy ligeras notas mentoladas. En boca tiene nervio y se desenvuelve con soltura gracias a su acidez, lo que, unido a sus taninos vivos pero gratos, equilibran un alto grado alcohólico muy bien llevado. De nuevo, toques de fruta roja, fresa ácida, dejándose ya caer alusiones a vainilla y pimienta blanca. No es excesivamente largo en boca pero, entonces, en este preciso instante de dudas, vuelvan a respirar dentro del cristal teñido de carmesí, y olvidarán al momento lo que tenían en mente.

Si me preguntan, yo haría escoltar mi copa de graciano por un confit de pato con puré de chirivía o, si me presionan un poco, por unas generosas carrilleras de cerdo con miel. Pero me consta que Míster Blonde y Míster Pink hubieran preferido acompañarla con una hamburguesa Big Kahuna, y Graham Dashwood con un cordero Rogan Josh. En cambio Ragnar, vikingo él, menospreciaría cualquiera de sus vinos y brindaría con rico hidromiel.

27/1/16

El Relato del 27: Gravedad

Lo había matado ella. La falsa complicidad que atribuía a aquella niña de rizos le había servido para aliviar el continuo roce de la verdad. Un bálsamo que ella misma había elaborado como placebo y autoengaño, y que acabó por diluirse con el tiempo. Su eficiencia se plasmaba en la herida ya cauterizada, convertida en piel reseca y piedra. Únicamente quedaba una cicatriz interior, invisible a las acusadoras miradas en peligro de extinción. Miradas de lobo envueltas en ávidas sonrisas de cordero. Intuía que los pocos que aún quedaban de aquella época prejuzgaban su infancia, condenando su vida. Tan sólo había sido el acto de una mocosa mimada y sobreprotegida. No le dolía, aunque todavía notaba cómo la más mínima sensación de mareo hacía palpitar su incorpórea cicatriz. ¿Sintió vértigo aquel día? En todo caso, los celos se impusieron sobre cualquier acto reflejo. La envidia infantil había devenido en rabia. A su alrededor, sólo manchas difusas. Manchas verdes de pino. Manchas alargadas de azul, confundiéndose entre las verdes, rayadas todas ellas. Manchas de cuero y tierra, que oscilaban frente a ella...que eran parte de ella. Manchas veloces que se entremezclaban, indefinidas, blanquecinas. A su izquierda, nítida, aquella niña de rizos miraba al frente. Impertérrita, casi pasmada, la niña de rizos reía sin ningún tipo de pudor, sin ser consciente de su existencia. La niña reía con una especie de aullido, su piel de lobo para recubrir esa mirada ovina, inanimada, hacia el infinito. Ella comenzó entonces a chillar a su abuelo: -Alto, abuelo...alto. El columpio de la niña nítida quería liberarse, mataría a Newton, la manzana quedaría eternamente podrida y levitando en el aire. Una respiración acompasada se fundía entre alaridos y quejas. Los bramidos de la desconocida cebaban su ansia de victoria en aquella imaginaria competición. Su garganta aumentó el ritmo de sus chillidos: -¡Más alto, más alto abuelo! Las manchas oscuras que eran sus zapatos jamás alcanzarían la altura de aquellos nítidos pies descalzos. -¡Más, abuelo...más alto...mucho más alto! Pronto, unos jadeos irregulares se alzaron en  aquella chirriante partitura, intentando seguir el compás. Pero ella no escuchaba, no sentía. Ni siquiera había ya manchas. No veía más que aquellos pies que perseguía en el aire. -¡Más alto, abuelo...más alto, abuelo...mucho, mucho más alto, abuelo! Entonces, los jadeos se elevaron por encima de voces, dedos y zapatos. Sonó un golpe seco, Newton resucitaba, la manzana recuperaba su tersura. Después, todo fue silencio.


25/1/16

Saturday Night Wine: Pétalos 2011

Se organiza una cata para hacer descubrir, en otras tierras, esas pequeñas grandes variedades que se ocultan, bien a la vista, incluso para los mismos autóctonos. Y ahí estoy yo, apasionado de esas uvas oriundas y lejanas que tantas alegrías nos dan, para guiarla, conversarla y compartirla, que no impartirla: que eso queda demasiado serio...que eso es frío...que parece trasnochado. Ahí aparecen la Bobal, la Graciano o la Mencía, misteriosas y con ganas de conocer a otros vecinos lejanos, que con los cercanos siempre, pensamos, hay un momento para compartir un chato.

Comienzo por el último vino catado pero que, para muchos, fue el primero si de pódium se tratase: Pétalos 2011. Llega cuidado en su fondo y en su forma, con una presentación exquisita y hermosa, de esas que se quedan grabadas en la memoria a fuego de colores sobre vidrio de curvas borgoñonas. Elaborado por Descendientes de J. Palacios con la berciana uva Mencía,  se viste de rojo cereza oscuro. En nariz es muy intenso, envolviéndonos las notas de cacao en un primer momento, para dar paso a recuerdos licorosos de cereza, sutil clavo...y ahora recuerdos balsámicos. Se acumulan los aromas, se pasean, van y vuelven, muy educados y sin empujones. Y yo vuelo hacia colinas empinadas, oscura pizarra, brumas y castaños. En boca es equilibrado, con un buen ataque ácido, tanino goloso, muy pulido, largo y repleto de nuevas sensaciones: toffee y tenue torrefacto...y ahora frágil violeta. Largo. Un placer elegante y fino.

Me llega la imagen de un apetitoso guiso de cordero con ciruelas, de una liebre con setas en cazuela o también de una bandeja de pimientos rojos rellenos de salmón. Emplazo a Pavlov.

Vinieron este día leales al vino; amigos que, desconociendo la existencia esta variedad, la adoptaron con mimo y, ahondando en su alma, se convirtieron en sus amantes. Seguro estoy: jamás se olvidarán de ella.

Más allá del vino: La Muse Verte

Cada vez menos gente cree en el mundo feérico, ese de las gentes menudas, a veces diáfanas, siempre risueñas (para nuestro bien o nuestro mal) y que, pese a todo, no dejan de observarnos agazapadas en sus huecos, ocultas entre los helechos o, aunque no lo creamos, tras la alta lámpara de papel, esa del dormitorio que fue nuestra última adquisición en los almacenes que vinieron del frío.

Visitamos a un amigo en Antibes: quebequés, con un cierto aire estrambótico, risa contagiosa, carácter entrañable y más tímido de lo que osaría reconocer.  Recorremos las calles del centro histórico, medieval y sembrado de tiendecitas: artesanos, domadores de barro, tela y hierro, sopladores de vidrio y carceleros de aromas en cera. Rodeamos su fuerte, nos dejamos azotar el rostro por un viento azul y salino, y tras el momento del café, nos deslumbra un flúor verde manzana ácida, verde luminiscente como algunas algas químicamente faroleras o como esos ratones-juguetes de los alquimistas del ADN. Ahí está, el templo del hada verde.

Es más fácil sentir a toda esa corte mágica en los cambios de luz, cuando la noche pasa a día o el día pasa a noche. También hay que tener la mente abierta y algo adormecida; no lo intenten sin imaginación, sin una cierta inocencia, o sin esa pizca de somnolencia.

Los dueños del local son una pareja de cierta edad: ella con falda vaporosa y de aires románticos: flores blancas sobre fondo granate y azabache; él instalado en su chaleco de cuero con motivos Harley-Davidson y de estricto negro. Habladores, sonrientes y generosos. Nos trasladan con su verbo a otros tiempos, contándonos historias de prohibiciones, ensoñaciones, vinateros enfurecidos, diluciones, terroncillos, chimeneas de destilación, gendarmes complacientes de nariz sonrojada, alcoholes infinitos, fontanas, alquimias de cucharillas, vasodilataciones…y todo envuelto en polvo esmeralda.

Parece que una copa de licor ayuda a ver la sombra del duende o el revoloteo del hada, aunque sean difuminados. Con dos copas, se conoce que su aparición es nítida y corpórea, para regocijo de quienes los esperan, para terror de quienes jamás creyeron en su existencia. Con tres copas...con tres copas no hay nada que hacer: se divertirán con usted confundiéndole de algún modo u otro. 

Descansa una fontana repleta de agua glacial sobre nuestra mesita, donde una mujer vestida de art-nouveau ofrece una copa con bordes de plata a unos dedos invisibles de uñas largas y gélidas. El ritual nos reconforta, y de la nada aparecen unos sombreros sobre nuestras cabezas, que bien es sabido es de mala educación, y hasta puede dar mal fario, beber absenta con la cabeza descubierta. Una institutriz viajante en el RMS Olympic repiquetea el suelo con su botín. Caen gotas (que son casi un chorro) sobre el azucarillo, fundiéndolo en frío y endulzando el elixir de ninfa, que pierde fuerza y se hace apto para el ordinario mortal. Un marinero de principios de siglo y un mariscal del ejército austro-húngaro se entretienen en cerrar y abrir los grifos huérfanos ya de dulce. Nos deleitamos en diferentes tipos de absenta, comparando sus matices, descubriendo parte de la jerarquía del mundo mágico, explorando grises traslúcidos y lechosos y blancos níveos, sucios, o nacarados. Una oriental propietaria de la lavandería de la esquina le da la mano a un cowboy sin malicia.

No se molesten si estiran de sus bigotes y barbas, bostezan dentro de sus orejas, suspiran sobre su escote o sienten unas cosquillas que hacen bailar los dedillos de sus pies. Y, si lo hacen, no se lo hagan ver. Aprecian el buen humor y la complicidad y, si aceptan sus diversiones, puede que durante las siguientes semanas una serie de buenas noticias les vayan despertando de su sopor subyugante.

Mientras se vacía el cristal, comenzamos a discernir diminutos brillos que, a pares, danzan en los rincones, bajo las mesillas, tras los carteles y reflejados en el espejo de la barra. Una extraña musiquilla acompasa nuestras risas. Inconfundible, decidimos que es el momento de abandonar, respetuosamente, el mundo feérico. No conviene abusar de su hospitalidad.





16/1/16

Saturday Night Wine: Cave de la Petite Fontaine Sancerre 2014 & Bouchié-Chatellier Pouilly Fumé 2012

Las comparaciones no siempre son odiosas; por momentos dan pereza, a veces son pertinentes y, en algunas pocas ocasiones, nos parecen imposibles. Están viajando en estos momentos un auténtico marciano (que lo era, no lo duden) y un maestro de magos no tan oscuro como nos quisieron pintar. No sabemos dónde, pero están viajando. Parten dos artistas incomparables, unidos por sus inconfundibles voces y una isla, y que llegaron a nuestra dimensión con menos de un año de diferencia. El aspecto frío de uno se derretía y nos calaba mucho más amigable de lo que hubiéramos sospechado. El otro mostraba una calidez extraña, con destellos glaciales que, pese a todo, reconfortaba dejándonos una sensación de paz con cierto recelo aletargado. Nos dejaron arte, sin más. Que no es poco.

Ciertas comparaciones nos complacen, nos provocan un agradable cosquilleo en la nuca y hasta llegan a erizarnos el vello. Hoy no nos contentamos con un vino, sino que nos satisfacen un par de ellos. Se trata de comparar vinos elaborados con una misma variedad (Sauvignon Blanc) y que, sin embargo, consiguen acelerarnos el corazón con dos estilos muy diferenciados. Visualmente son ambos muy similares, presentando un color amarillo pálido con reflejos verdosos. En nariz, en cambio, son dos planetas bien separados. Desde Sancerre comparecen aromas intensos, por no decir explosivos, y muy típicos de esta variedad: notas de bourgeon de cassis (fatigoso se me hace traducir esos brotes de grosella negra...) y, posteriormente, fruta de la pasión. La acidez es correcta, hace abrir las papilas gustativas y surge de entre los anteriores recuerdos a cítricos, mandarina para ser más concretos. Ligero de cuerpo, muestra un paso medio. La appellation d´origine Pouilly Fumé nos regala aromas mucho más complejos y ocultos: imprescindible aireación. Tímidas, van apareciendo notas de a albaricoque acompañados por las muy sutiles de cáscara de almendra. El ataque en boca es más elegante, menos violento y con evocaciones golosas: orejones y flan.

Recomendaría el primero con un arroz seco con gambas y cigalas, o bien, si se prefiere algo más ligero, una ensalada de canónigos y rúcula con queso de cabra y tomate seco. El segundo, en cambio, lo acompañaría con un plato más exótico: salmón con miel al curry. Y, después, a media tarde tras el té, bailemos hechizados...





9/1/16

Saturday Night Wine: Domaine Fougeray de Beauclair Gevrey-Chambertin Les Seuvrées 2007

Juegan estos días por tierras francesas a darle la vuelta al año, de modo que 2016 se convierte, sin forzar en exceso, en un reconfortante y esperanzador "joie", que se traduce como "alegría". Esperemos que así sea, y que estos 12 meses nos traigan muchas y muy buenas noticias en todas las esferas de nuestra vida. Brindo con ustedes por ello.

Nos reunimos una veintena de amigos para estrenar el año descorchando tanto blancos como tintos. Ya huele a Borgoña. Mojan nuestras copas paisajes de Chablis, Sancerre, Chassagne-Montrachet y Gevray-Chambertin. Éste último se desmarca de entre tan agradables paseos enológicos: difícil estrenar el calendario de mejor manera que con este extraordinario vino. De los inolvidables. De los que, por más vendimias que vengan para acariciarnos, y mitologías aparte, permanecerán casi eternos.

Aparece en copa anaranjado, castaños reflejos y capa media, Pinot Noir obliga. El primer aroma rompe el tiempo y surge casi antes de acercar la nariz: coco muy intenso, inconfundible y fresco. En apenas unas milésimas, llegan notas balsámicas, y finalmente, desembarcan recuerdos a cereza muy madura. Muy complejo, en copa se transforma, se prueba tres trajes y, aun satisfecho con cada uno de ellos, caprichoso encarga tres trajes más. En boca tiene una muy buena acidez, un toque goloso y se presenta largo. Tanino muy redondo, es evidente que está en su apogeo. Reaparece el coco y el mentolado. Largo. Volvemos a la nariz y tímido aparece el toffee. Siguen los matices paseando entre papilas: notas de caza. Inolvidable.

Lo acompañaría sin dudarlo con una paleta de cordero a la menta, aunque un conejo asado en salsa de chocolate tampoco desentonaría. A partir de aquí parece que conviene aligerar la mesa: me insinúan que lo mejor es dejar casi corriendo la cuesta de enero. O sin el casi.


6/1/16

Noche de Reyes

Se despertaba cada día de Reyes a golpe de reloj de muñeca que, coaccionado por el niño, ejercía de despertador: purito intrusismo laboral.  La mañana todavía no había llegado, de larga que había sido la noche, y ya retumbaba bajo las mantas Scotland the Brave. Apenas unas horas antes, los camellos comían banano y los Magos subían, todavía nadie sabe cómo, del tercero al cuarto para tomarse unos quintos, templados ya estos y, casi con total seguridad, también aquellos. Podría jurar que escuché sus murmullos y también vi sus sombras, paradoja, en completa oscuridad. La puerta se abrió, y mi habitación se llenó de azul brillante y oro, no cabe duda de que era Melchor. Puedo jurarlo. Al pelirrojo no lo vi, pues como buen taheño se conoce que estaba terminando su segunda cerveza. Lo juro, escuché la risa de Baltasar: profunda, casi estricta. Juro que lo hicieron, porque al día siguiente todavía encontré, entre el cadáver despedazado de la bailarina de cerámica, algunas briznas de paja fresca. Aquel día descubrí que los camellos huelen como las ovejas, sean churras o merinas. Gaspar, todavía con resaca, recibió la imputación por homicidio involuntario la mañana del 6 de Enero. Alegó andar chispo y haber sido dirigido por una gran estrella. Porque, lo sabemos, los Reyes Magos nunca mienten.


                              Edward Burne-Jones y Morris and Co., detalle del tapiz de La adoración de los Magos (1901).

2/1/16

Saturday Night Wine: Château Delmond Sauternes 2011

Habrá quien ande con la cabeza desubicada y los pensamientos todavía macerando en licor tras la última noche del año. Todavía no son conscientes de que sí, ya ha comenzado: la ufana e incierta carrera de buenos propósitos que llevará a muchos a la decepción, a otros al pequeño gran éxito, y, a la mayoría, a la indiferencia absoluta hasta el estreno de un nuevo calendario. Nos impregna a todos (sí, también a ti, que estás durmiendo la mona...) la pólvora del pistoletazo de salida nocheviejuno, que se vistió de fuegos de colores pero, no olviden, sigue siendo un disparo de esos que pueden matar. Que el deseo de probar y disfrutar de nuevos vinos, de viejos conocidos, exóticos, sencillos, grandilocuentes, cercanos o, aún mejor, de esos que sorprenden no sólo el acto de catarlos sino el porqué catarlos, que ese deseo, reitero, sea una  realidad y no tan sólo un calentón de bienvenida.

Château Delmond se sitúa en la región francesa de Sauternes en la que , si alguien todavía lo desconoce, se elaboran uno de los vinos dulces más sabrosos y reconocidos, de todo (hasta nueva noticia) el universo. La acción de un hongo (benévola en este caso) deseca de manera natural la uva, concentrando los azúcares y ácidos que permanecerán presentes en los vinos elaborados, lo que, junto a la ofrenda de un sinfín de aromas, marcará de forma inigualable las propiedades de los mismos. 

Es un vino dorado y brillante, en el que se ya se pueden detectar algún que otro reflejo provocado por cristales de tartratos; no teman, no les harán ningún daño y es algo totalmente natural y explicable. En nariz es medianamente intenso, apareciendo notas almibaradas de melocotón y miel. Tiene un buen ataque en boca, con una acidez más que correcta. Se unen a los anteriores notas de cítricos (inconfundible corteza de naranja confitada) y de caramelo, de ese que endulza flanes y cremas catalanas. Redondo y envolvente, permanece largo en boca. 

Acompañará a la perfección un buen tiramisú e incluso, y aquí me envalentono, una deliciosa calabaza asada al horno: ¿No me creen? Hagan la prueba entonces, y ya me contarán...