26/2/22

De Locuras, utopías y metaversos.

Brillante, orgulloso, casi titánico en su desafío ("ni siquiera Dios -no el titubeante de la actualidad, por supuesto, sino ni siquiera el poderoso de otros tiempos encantados- podría hundirlo"), el metaverso golpea, knock knock knock, a las puertas de nuestras mentes. Con qué errónea e infantilizada hermeneútica podemos estar interpretando esos golpes: knock KnOck KNOCK... Golpes y utopía (orgullosa y en minúsculas) ligadas por cadenas de silicio y dorado hierro. La Utopía de Tomás M. (imposible y en mayúsculas) comienza a parecerse a la simple tranquilidad, al silencio, al reposo, a la luminosa oscuridad que percibimos al cerrar los ojos en un día de playa: a la paz. Ya sabíamos que Utopía no está en los mapas ni en los relojes de arena (y, a día de hoy, mucho menos en los de agua, que ya casi ni existe -en singular-). Así pues, Utopía estaría más allá de toda intuición kantiana.
También esta Locura presente se alimenta de falsas y vetustas utopías, vomitando golpes y más golpes. Esta Locura no entiende de geografía, ni de historia, ni mucho menos de humanidades. No hay Locura de izquierdas o de derechas, toda ella es una: monista en toda su crudeza, y no tendríamos que buscarle ni matices ni aristas. Pudimos, todos nosotros, haber pecado de cierta locura (tímida y en minúsculas, lejana de aquella otra), al confiar en que nos íbamos acercando a algo mejor, o al menos que nos alejábamos de algo peor. El metaverso, brillos y más brillos que mientras sonreímos la mente nos golpean, KNOCK KNOCK KNOCK, parecía confirmárnoslo. ¿Dónde está el -otro- espejismo? En el hecho de que es imposible apuntalar tal confianza en lo que respira una vida: carecemos de tiempo para una buena perspectiva. Y ahí es donde se cocina el engaño, para beneficio de unos pocos.
En las altas esferas la Locura vuelve a amordazar y atar a David H., y el planeta corre el riesgo de volver a caer en alguna de las posibles y variadas pesadillas dogmáticas. No será el metaverso quién nos despierte de ninguna de ellas, y mucho menos a golpes de falsa purpurina impactando con presunta delicadeza sobre sangre real.

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