27/3/19

Serendipia con churros.

Acompañado por dos amigos de infancia y una amiga de adolescencia, camino entre la luz amarilla de las calles del centro de Valencia. Pasos atrás quedan algunos acordes de jazz que serán asesinados, sin duda, durante algunos días. El casi oleoso aire, antesala de Fallas, comienza a pringar la pituitaria. A escasos metros de la Plaza del Pilar surge una silueta alargada y bailona tocada con gorra campera. Grisácea en lo físico y colorida en el discurso, enfila hacia el gigantesco e inacabado monumento. Apetecible y muda vacuidad que se quebrará en pocas horas. Creo reconocer esa sombra que se aleja, aunque dudo. Lanzo su nombre: él se gira sorprendido y sonríe, reviento silencio y las pretendidas horas son ahora segundos ya pasados. En una ciudad de 791.413 habitantes acabo por cruzarme con mi primo Pablo, residente de la vieja Londinium, de la moderna Londres moderna. Saboteamos involuntariamente nuestras fotos de teléfono móvil (manzaneros pero vetustos). Nos preguntamos, sin tentar la apuesta, por el resultado del día en el Parlamento británico. Tazas o jarras, quedan pendientes cafés y birras. -¡Serendipia!- afirmaría Iker, confirmaría Carmen, denostaría Herr Gauss. Nos despedimos, y cuatro amigos prosiguen su andar relajado que todavía puede serlo. Lejano el amanecer, liquidamos la noche olisqueando en busca de unos cuantos churros que barnicen nuestras barbas y barbillas, nada adolescentes y mucho menos infantiles.


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