13/3/20

Vuvuzelas, planetas y ETB.

Marzo, doce, y sin pólvora en mi pituitaria. Once y siete de la noche, mezclo excitación convulsiva con aburrimiento mientras mi pulgar golpea con frenesí los milímetros cuadrados de plástico que cambian mi ventana al mundo. Salto del monotema en la primera cadena patria a la question unique en alguna cadena francesa. Me da la impresión de que en la segunda hay menos ruido y más corbatas, gafas de diseño y collares de perlas, pero el fondo es bastante similar. Contrasta mi compulsión pulgarcita con la caricia acompasada y automática que dedico a mi perra, que se mantiene ajena a todo en su bendito ronquido.

Sigo saltando, de Madrid a Colmar, de Oise a Vitoria, Miranda, Córcega y, entre medias, conexión con Turín para escuchar a un azzurro panadero. Desde tantos lugares se asoma por mi luminoso mirador esa bola extraterrestre que peina vuvuzelas, ese pequeño gran planeta trompetero que ha conquistado la Tierra como nunca Hollywood nos había contado: con roces de piel (ni siquiera buscados), alientos compartidos (ni siquiera deseados), manitas bajo manteles (ni siquiera faldas o pantalones), abrazos sudorosos tras el puñetazo de Joanna o el gol de Mikel (ni siquiera metafórico); con manifestaciones justas con aromas a violeta y viajes por polvo, charca o éter (ni siquiera necesarios).

De repente, en esta modorra autodestructiva, caigo por azar en Zugarramurdi vía Euskal Telebista Internacional. Recuerdos de verano, qué lejano otro planeta.Y en purito euskera me trago veinte minutos de programa, sin entender un carajo salvo alguna palabra suelta que me da el billete a la susodicha aldea: sorginkeria prozesua, Salazar inkisizioko, Logroñoko, Zugarramurdiko...lo básico. Veinte minutos, veinte. Así, a las bravas. Veinte minutazos, embelesado con los paisajes, los dibujitos graciosos y dinámicos de los que ya no puede desentenderse ningún documental que se precie. Veinte minutitos casi fugaces. Sospecho que, ante la saturación vírica, ya he comenzado a buscar calmantes en las propias ondas. La incomprensión narcótica de palabras desconocidas, siempre que sepas escuchar bien y con voluntad de desenganche.

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