16/10/15

Verdil

Disfruto husmeando en sus conversaciones, ahora que nadie me cuenta nada. También fisgo en los pasillos y, cuando paso, infinitas pelusas levitan como copos de nieve gris. Adoro meter la nariz en sus platos, vasos y tazas, olisqueándolos con deseo y nostalgia. Ayer aspiré frescos aromas a limón y manzana de la copa de Sara. Ella parecía ignorarme, parapetada tras una botella. Según la etiqueta, "un vino joven, pálido con reflejos verdosos, buena acidez...". Me hizo gracia la coincidencia y, burlonamente, releí en voz alta: –Mira, pálido y con reflejos verdosos, ¡como yo!–. A Sara casi le dio un vuelco el corazón cuando escuchó tales palabras surgidas de la nada y, chillando, huyó como alma que lleva el diablo.
El fantasma de Canterville.
Ilustración de F.H. Townsend (1887)

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