6/1/16

Noche de Reyes

Se despertaba cada día de Reyes a golpe de reloj de muñeca que, coaccionado por el niño, ejercía de despertador: purito intrusismo laboral.  La mañana todavía no había llegado, de larga que había sido la noche, y ya retumbaba bajo las mantas Scotland the Brave. Apenas unas horas antes, los camellos comían banano y los Magos subían, todavía nadie sabe cómo, del tercero al cuarto para tomarse unos quintos, templados ya estos y, casi con total seguridad, también aquellos. Podría jurar que escuché sus murmullos y también vi sus sombras, paradoja, en completa oscuridad. La puerta se abrió, y mi habitación se llenó de azul brillante y oro, no cabe duda de que era Melchor. Puedo jurarlo. Al pelirrojo no lo vi, pues como buen taheño se conoce que estaba terminando su segunda cerveza. Lo juro, escuché la risa de Baltasar: profunda, casi estricta. Juro que lo hicieron, porque al día siguiente todavía encontré, entre el cadáver despedazado de la bailarina de cerámica, algunas briznas de paja fresca. Aquel día descubrí que los camellos huelen como las ovejas, sean churras o merinas. Gaspar, todavía con resaca, recibió la imputación por homicidio involuntario la mañana del 6 de Enero. Alegó andar chispo y haber sido dirigido por una gran estrella. Porque, lo sabemos, los Reyes Magos nunca mienten.


                              Edward Burne-Jones y Morris and Co., detalle del tapiz de La adoración de los Magos (1901).

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