27/9/15

El Relato del 27: Corona de flores

El impacto de 120 kilos de carne humana embutidos en Dior silenciaron un grito. Tras una espera envuelta en denso polvo, cuatro ojos atinaron a ver, desde la séptima planta de aquel edificio en construcción, los restos de Roberto Mori. Había caído con el rostro hacia arriba, como buscando una respuesta en la lejana silueta que aquellos dos hombres dibujaban.

-Ha sido excesivo, Mario. Con el disparo en la rodilla habría bastado.

-Lo siento, Señor. Pero pensé que ese cabrón iba a sacar la pistola. No sería la primera vez que...

-¿No te caía bien, verdad, Mario?

Bajó la mirada, temiendo que el viejo notara suspicacia en sus ojos.

-Apenas le conocía, Señor. Además, recuerde lo que dicen, si hay herida de bala, que pare el corazón.

-Cuanto daño nos ha hecho el cine a todos, Mario.

Durante unos largos minutos, ninguno de los dos dijo nada. Se limitaron a mirar hacia el ruinoso pueblo. Los adultos hablaban del cielo y de fútbol, y los niños daban patadas al balón. La vida allí transcurría tranquila, excepto en época de vendimia. Entonces, los carros circulaban tirados por mulas que, hastiadas, empleaban su rabo a modo de matamoscas contra los  innumerables tábanos que cada verano invadían la región. Durante el período que transcurría entre el primer y el último racimo, la fuente de la plaza principal arrojaba vino por uno de sus cuatro grifos. Era un vino descolorido, ácido y de poca calidad, pero poco importaba si suavizaba el duro período de vendimia. No, ningún aldeano haría preguntas. El nuevo casino no molestaría a nadie, la capital quedaba lejos y los poderes locales habían demostrado ya su lealtad. Sólo Roberto había sucumbido a la avaricia.

-Jodidos políticos ambiciosos. En fin, Mario, hecho está. A ti te toca recoger el paquetito de ahí abajo. Por favor, la próxima vez, intenta contar hasta diez antes de tocar hierro. Ahora tendremos que repetir todos los trámites con el nuevo concejal. Que no se repita.

-Por supuesto, Señor. No se repetirá.

-Seamos prácticos. Llama a Andrea, el informático. Que borre todos los documentos que nos relacionen con Mori. En la última inspección de los europeos, casi nos pescan. Así que déjale claro que nada de darle al botón de eliminar ni de papeleras de reciclaje. Limpieza a fondo del disco duro, archivos, fotos, cuentas...que no quede nada.

-Piero, Señor. Se llama Piero.

-Lo que sea. Oye, sólo déjale claro, no nos dejes sin informático. Este parece de los buenos, de momento ha sido discreto...y a ti te noto algo nervioso últimamente. Así que no te emociones.

-No se inquiete, Señor. Últimamente no acabo de dormir bien.

-No importa. Volviendo a Mori, ¿sabes donde vivía?

Esta vez más que recelo sintió un miedo frío. ¿Le estaba tanteando?

-Claro, Señor. Tengo los datos de todos los trabajadores de la empresa, asociados y autónomos- dijo sonriendo nerviosamente, buscando algún gesto de complicidad donde agarrarse.

-Pues entonces, los envíos anónimos habituales. Corona de flores y anillo para la viuda. Diamantes, nada de bisutería. Trabajaba para nosotros y no somos ratas napolitanas. ¿Podrás hacerlo sin que corra sangre?

-Por supuesto, Señor. Los trámites habituales cuando alguien causa baja en la empresa- dijo con voz firme. -¿Enviarle?- se dijo Mario a sí mismo- Si el viejo piensa que esto ha sido un impulso, es que está perdiendo facultades. Esta noche, yo mismo le pondré el anillo a la viuda mientras le quito la falda en la cama del difunto.

El anciano, finalmente, forzó una sonrió. Después de todo, gracias a Mario disfrutaría de una Anita totalmente libre a partir de ese día.


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