2/9/15

Uvas autóctonas: bienvenidas a vuestra casa


autóctono, na

 (Del latín autochthŏnes, y este del griego αὐτόχθων, -θονος, de αὐτός, el mismo, propio, y χθών, χθονός, tierra).

1. adj. Se dice de los pueblos o gentes originarios del mismo país en que viven. Aplicado a personas, usado también como sustantivo.

2. adj. Que ha nacido o se ha originado en el mismo lugar donde se encuentra.

Así describe la Real Academia Española el término autóctono. En el mundo de la enología acogeríamos con agrado la segunda acepción, no poniendo ningún pero a nuestros eminentes académicos. No obstante, es obvio que, aunque absolutamente precisa, aquélla podría resultar fría y distante, mostrándose incapaz de recoger los sentimientos que se desprenden cuando nos referimos a uvas y vinos. Porque, tratándose de ellos, resulta imprescindible considerar tanto la parte racional como la pasional.

Uno de los grandes placeres que proporciona el vino es la posibilidad de escoger un número concreto de sensaciones organolépticas de entre las infinitas que se nos ofrecen. Para llegar hasta las deseadas, el enólogo dispone de un sinfín de opciones con las que experimentar: fecha de vendimia, tipo de levadura, métodos de vinificación, tiempos de maceración, empleo de distintos productos enológicos, utilización o no de barricas, origen, volumen y tostado de las mismas, tiempo de permanencia en madera...y por supuesto, la variedad de uva. Bendita diversidad.

Partamos de la base de que las uvas autóctonas son auténticas supervivientes, consecuencia de siglos de selección de la mano del hombre y también, no lo olvidemos, de la madre naturaleza. A priori, estas uvas son las mejor adaptadas a determinadas condiciones climáticas y del terreno. Ello no quita para que otras castas, venidas desde otras zonas, se adecuen a las características medioambientales de nuestra región. Así pues, no seré yo quien denueste las variedades foráneas; vayan a cualquier tienda especializada y háganse con una botella de vino elaborado con uvas de Cabernet Sauvignon, Merlot, Syrah o Chardonnay. Les aseguro que no quedarán defraudados, todo lo contrario. Sin embargo, no me resigno a que las uvas autóctonas, que tanto tienen que aportarnos, queden relegadas al olvido o incluso a la burla.

Afortunadamente para nosotros, muchos otros evitaron resignarse antes que yo. Y no les quepa duda, de manera más efectiva (y, sobre todo, más sacrificada). Presumo que no seremos capaces de adivinar a cuántas adversidades tuvieron que hacer frente: técnicas, burocráticas, comerciales y, por qué negarlo, las procedentes de los medios. No es fácil ir a contracorriente, y hubo quien no pudo sino desistir. A ellos también dedico estas líneas, pues su coraje no queda menoscabado por no haber alcanzado el objetivo. Por suerte, –insisto – muchos lograron entender el lenguaje de esas variedades que se habían vuelto humildes, uvas forzadas a creerse odiosamente insignificantes. Otras, si bien no habían caído en tal desgracia, se limitaban a deambular de manera mediocre por el panorama enológico, donde se ninguneaba su evidente potencial.

Parece que aquellos tiempos quedaron atrás, y hoy en día cada territorio defiende e impulsa sus castas. Cada una con su personalidad; cada cual, con su manera de expresarse, esperaba ser escuchada, leída, saboreada...comprendida. ¡Y vaya si lo han conseguido! Estilos propios que se han hecho no sólo comprender y respetar, sino además querer. Puede ser complicado traducir lo afectivo y pasional a palabras, así que sugiero entrar en enotecas, bodegas, bares o casas de amigos, descorchar, servir y disfrutar de todos esos vinos elaborados con uvas autóctonas.

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