autóctono, na
(Del latín autochthŏnes,
y este del griego αὐτόχθων, -θονος, de αὐτός, el mismo, propio, y χθών,
χθονός, tierra).
1. adj. Se dice de los
pueblos o gentes originarios del mismo país en que viven. Aplicado a personas,
usado también como sustantivo.
2. adj. Que ha nacido
o se ha originado en el mismo lugar donde se encuentra.
Así describe la Real Academia Española el término
autóctono. En el mundo de la enología
acogeríamos con agrado la segunda acepción, no poniendo ningún pero a nuestros
eminentes académicos. No obstante, es obvio que, aunque absolutamente precisa,
aquélla podría resultar fría y distante, mostrándose incapaz de recoger los
sentimientos que se desprenden cuando nos referimos a uvas y vinos. Porque,
tratándose de ellos, resulta imprescindible considerar tanto la parte racional
como la pasional.
Uno de los grandes placeres que proporciona el
vino es la posibilidad de escoger un número concreto de sensaciones
organolépticas de entre las infinitas que se nos ofrecen. Para llegar hasta las
deseadas, el enólogo dispone de un sinfín de opciones con las que experimentar:
fecha de vendimia, tipo de levadura, métodos de vinificación, tiempos de
maceración, empleo de distintos productos enológicos, utilización o no de
barricas, origen, volumen y tostado de las mismas, tiempo de permanencia en
madera...y por supuesto, la variedad de uva. Bendita diversidad.
Partamos de la base de que las uvas autóctonas
son auténticas supervivientes, consecuencia de siglos de selección de la mano
del hombre y también, no lo olvidemos, de la madre naturaleza. A priori, estas
uvas son las mejor adaptadas a determinadas condiciones climáticas y del
terreno. Ello no quita para que otras castas, venidas desde otras zonas, se
adecuen a las características medioambientales de nuestra región. Así pues, no
seré yo quien denueste las variedades foráneas; vayan a cualquier tienda
especializada y háganse con una botella de vino elaborado con uvas de Cabernet Sauvignon, Merlot, Syrah o Chardonnay. Les
aseguro que no quedarán defraudados, todo lo contrario. Sin embargo, no me
resigno a que las uvas autóctonas, que tanto tienen que aportarnos, queden
relegadas al olvido o incluso a la burla.
Afortunadamente para nosotros, muchos otros
evitaron resignarse antes que yo. Y no les quepa duda, de manera más efectiva
(y, sobre todo, más sacrificada). Presumo que no seremos capaces de adivinar a
cuántas adversidades tuvieron que hacer frente: técnicas, burocráticas,
comerciales y, por qué negarlo, las procedentes de los medios. No es fácil ir a
contracorriente, y hubo quien no pudo sino desistir. A ellos también dedico
estas líneas, pues su coraje no queda menoscabado por no haber alcanzado el
objetivo. Por suerte, –insisto – muchos lograron entender el lenguaje de esas
variedades que se habían vuelto humildes, uvas forzadas a creerse odiosamente
insignificantes. Otras, si bien no habían caído en tal desgracia, se limitaban
a deambular de manera mediocre por el panorama enológico, donde se ninguneaba
su evidente potencial.
Parece que aquellos tiempos quedaron atrás, y hoy
en día cada territorio defiende e impulsa sus castas. Cada una con su personalidad; cada cual, con su
manera de expresarse, esperaba ser escuchada, leída, saboreada...comprendida.
¡Y vaya si lo han conseguido! Estilos propios que se han hecho no sólo
comprender y respetar, sino además querer. Puede ser complicado traducir lo
afectivo y pasional a palabras, así que sugiero entrar en enotecas, bodegas, bares o casas de amigos, descorchar, servir y disfrutar de todos esos vinos elaborados con uvas autóctonas.
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