La iglesia de Santa Úrsula se esconde discreta a la
sombra de las Torres de Quart que, hoy en día, rebosan cierta vanidad. Enfilo hacia
la Plaza de la Virgen, escoltado por restaurantes de diseño que se codean con
locales de comida rápida; liquidaciones y traspasos en flúor, alguna tienda
esotérica, bolardos que descomponen coches despistados y sonrisas orientales
que regentan kioscos. Entro y elijo cinco postales en sepia, terminarán en Auckland,
Lima, Spalding e Isabel. Alcanzo las ocho acequias, me adentro por una callejuela
peatonal y pido un moscatel entre cortinones rubíes, querubines y naranjas. El catavinos,
jerezano y frío, condensa la atmósfera y la tenue luz, tras doble filtrado, cae
áurea sobre el mármol. Mis labios, rocío de miel y flor blanca.
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