8/9/15

Monastrell


Había que trabajárselo para descubrir todo lo que escondía la dura apariencia de Belmondo. Nadie recordaba su auténtico nombre, que cambió tras enamorarse de Jean Seberg al final de la escapada. Una coraza rígida, un punto salvaje –apuré la enlutada copa de Monastrell– pero una joya por pulir para quienes sabíamos tratarlo. Ella gastaba una sonrisa no forzada como pocas viudas lucieron antes, y vestía terciopelo zarzamora. Inspiré a copa vacía; no podía haber elegido variedad más apropiada. Ahora reía demasiado, y supe que Belmondo no había muerto. Los dos patanes del fondo, enrollados en teatrales gabardinas, se me revelaron como agentes de cualquier ávida aseguradora. Desapareció la viuda y comprendí que, como a Belmondo, tampoco volvería a verla.


No hay comentarios:

Publicar un comentario